Salí al jardín y me quedé entre las rosas, satisfecho de mi casa. Eran las ventajas de ser escritor. Yo, John Fante, autor de tres libros.
En esta novela (la última que faltaba por traducir: ya sólo quedan los cuentos), el protagonista ya no es Henry Molise ni Arturo Bandini, sino que han caído las máscaras y asume su verdadero nombre en la narración: John Fante. Llenos de vida alude al primer embarazo de su mujer, Joyce. Es un momento ideal para traer a un bebé: Fante tiene cierto éxito, es guionista para la Paramount y ha comprado una casa. Todo parece perfecto hasta que el suelo de madera de la cocina se hunde por culpa de las termitas. Las reparaciones son muy costosas y John decide ir en busca del mejor albañil de California para que les arregle gratis el suelo: su padre, Nick, el viejo gruñón que vive en un pueblo junto a su madre. El regreso significa el reencuentro con su pasado y con unos padres a los que hace tiempo que no ve.
John convence a su padre para que pase los últimos meses del embarazo en su casa. Pero todos parecen querer volver loco al escritor, lo que depara pasajes deliciosos y muchas carcajadas: la obsesión del padre para que coma huevos y ostras y, así, tengan un varón; el empeño de su madre al meterle varios dientes de ajo en los bolsillos; la conversión de su mujer al catolicismo; las borracheras y los líos que causa el viejo Nick; las supersticiones de origen italiano; el padre entrando en el tren con un equipaje cargado de vino, queso y salami, como en las películas de Paco Martínez Soria...
Llenos de vida no es muy distinta de la que, para mí, es la mejor obra de Fante: La hermandad de la uva. En ambas se narra la relación entre un padre y un hijo, y el autor la refleja con esa exquisita prosa que aúna humor y piedad, rabia y ternura, duda ante la fe y culpa por los pecados, ingeniosos diálogos y un poco de lirismo. No dejéis de leer este libro. No dejéis de leer todos los libros escritos por John Fante. Ahí va un fragmento, un diálogo entre la madre y el escritor:
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Me levanté para irme. Me detuvo. Algo la inquietaba.
-Tú y Joyce, ¿dormís a la americana? –Quería decir en camas separadas.
-Ahora que está embarazada, dormimos a la americana.
-Qué vergüenza. El niño no te conocerá.
-Nos haremos amigos cuando nazca.
-Dormid a la italiana. No comprendéis a los niños. Están muy solos en la matriz. Ahí no tienen a nadie. Necesitan a su padre.
-Tú y Joyce, ¿dormís a la americana? –Quería decir en camas separadas.
-Ahora que está embarazada, dormimos a la americana.
-Qué vergüenza. El niño no te conocerá.
-Nos haremos amigos cuando nazca.
-Dormid a la italiana. No comprendéis a los niños. Están muy solos en la matriz. Ahí no tienen a nadie. Necesitan a su padre.
[Nota: compré el libro en la caseta de Anagrama de la Feria del Libro, pero aún no lo he visto en las librerías, quizá por culpa de la huelga de transportistas]