viernes, mayo 16, 2008

Una teoría sobre la caricatura

Tarde o temprano, la gente acaba pareciéndose totalmente a su caricatura, a su guiñol, a sus imitadores. Puede que al principio el caricaturista, el dibujante, el creador del muñeco y el imitador no hayan dado exactamente en el blanco, pero el tiempo se encargará de hacerlo. Tomé esta idea al ver en televisión al Rey leyendo un discurso. Hace años, cuando Manel Fuentes empezó a imitar la voz de Don Juan Carlos, pensé que no estaba mal, que hacía una imitación correcta, que ese tono nasal impostado se le parecía, pero no mucho. Ahora, un tiempo después, escuchas hablar al Rey en la tele y crees que se trata de Fuentes imitándolo: pero no, resulta que el Rey habla ya como quienes les imitan. Y esto no me lo censuren, que lo digo con todo el respeto del mundo. El imitador y el caricaturista tienen una virtud que prevalece sobre su arte a simple vista, y es que se adelantan al tiempo. Dibujan e imitan a un político o a un actor o a un monarca no como son, sino como serán en el futuro. O quizá me estoy equivocando y es la tendencia de todo hombre a imitar inconscientemente a su caricatura y no la consecuencia del tiempo. Puede que no todos los famosos que Joaquín Reyes imita en su “Celebrities” de “Muchachada Nui” se parezcan al cien por cien, pero hablaremos dentro de unos años, cuando a los imitados se les deforme un poco la cara, les salgan más arrugas y estén peor de lo suyo. Hablaremos entonces.
Miren a Aznar y a Zapatero: cada día se parecen más a sus guiñoles. Los creadores del guiñol, es cierto, también se van amoldando: le pusieron melena al muñeco en cuanto Aznar empezó a dejársela. Y ahora Aznar se parece más al muñeco que a sí mismo. El guiñol de Rajoy no se parece nada a él, pero démosle tiempo al tiempo: ya se parecerá. Cuando me daba por hacer caricaturas de mis amigos, a veces me hacía un autorretrato. En algún que otro botellón he sacado mi autocaricatura y siempre hay alguien que dice: “No te pareces”, y entonces yo pienso, o no lo pensé entonces pero lo pienso ahora: “Tranquilo, ya me pareceré”. Estoy convencido de que cada año me parezco más a mi caricatura, la que yo mismo me hice. En mis primeros trabajos para un periódico se me cabreaban mucho los entrevistados que salían en la última página porque yo era el encargado de caricaturizarlos y protestaban alegando que no se parecían un carajo. A veces veo a alguno de ellos por la calle y ahora es clavado a la caricatura que entonces le hice. Miren a las folclóricas de este país tan casposo: las imitan, las dibujan, las plagian, los humoristas se disfrazan de ellas y, unos años más tarde, ellas están calcadas a sus monigotes. El tiempo lo resuelve todo, pone las cosas en su sitio. ¿Han visto algún viejo dibujo de Jack Nicholson? Vuelvan a echarle un vistazo y busquen en Google Imágenes alguna foto del gran Jack viendo un partido: sus rasgos han alcanzado la exageración que pregonaban las caricaturas. Ambos, hombre y viñeta, han llegado a la comunión de rasgos.
También es cierto que, si el imitado o caricaturizado cambia mucho, entonces su imagen huye del dibujo. Por ejemplo: uno de mis amigos ha cambiado tanto en los últimos años (se ha quitado kilos y pelo, etcétera) que no es ni la sombra de las caricaturas que yo le hacía. Pero son casos aislados. Algunas personas pagan para que les hagan una caricatura en la plaza mayor de algunas ciudades, o en un parque cuando hace buena temperatura, y la mitad se quejan: “No me parezco nada”. No se preocupe, mujer: deje enfriar el dibujo en el cajón durante un tiempo y luego sáquelo y verá que usted y su parodia son como dos gotas de agua.