La mujer de uno de mis amigos está a punto de dar a luz a un niño. Él es uno de tantos habitantes zamoranos que acabaron emigrando: primero a Barcelona y luego a Madrid. A pesar del embarazo, ambos compraron con antelación las entradas para el directo de Vetusta Morla en la sala Joy Eslava de Madrid, donde la banda presentaba su disco “Un día en el mundo”. Yo también tenía mi entrada y nos juntamos unos cuantos para ir al concierto: varios colegas viajaron ex profeso desde Zamora para no perderse el acontecimiento. Mi amiga, embarazada, decidió que acudiría sin miedo a la Joy Eslava. “Eso es echarle huevos”, decíamos todos. Sí, y eso la convierte en una auténtica fan del grupo. No creo que muchas embarazadas se atrevan a desplazarse desde las afueras al centro de la ciudad cuando les queda poco para tener a su bebé. Y creo que pocas deciden ir a un concierto. No obstante, no había problema: una de nuestras amigas es médico, y vino al directo, así que también bromeamos al respecto. “Imagínate que se pone de parto allí mismo”, decíamos. “El niño vendría al mundo oyendo música buena”, apuntábamos. La educación musical es más importante de lo que muchos creen.
La sala se llenó. Habían vendido todas las entradas tiempo atrás. Me parece que el aforo ronda las mil quinientas personas, más o menos. Nosotros bajamos a lo que se conoce como pista de baile. Justo frente al escenario. Mis amigas se quedaron en la parte de atrás, sentadas en los sofás, protegiendo a la embarazada (con demasiado peso para ver el directo de pie). Además, corría el riesgo de los clásicos empujones. Desde aquellos sofás no se veía nada, pero se oía todo. Es mejor que nada. Es mejor que no ir al concierto. Alguien dijo: “Parece que el niño se mueve”, como si disfrutara con la música de Vetusta Morla. Pues claro. Desde el seno materno ya saben lo que es bueno. Para calentar al público abrió Hyperpotamus, que da nombre a un músico que a la vez es cómico y showman: le basta con la voz, una grabadora y varios micrófonos.
Cuando salió Vetusta al escenario hubo ovaciones y mucho entusiasmo. Creo que por allí sólo había un tipo con cámara. Aparte de él dudo que hubiera periodistas para recoger el evento: probablemente estaban muy ocupados informando aún del omnipresente libro de Zafón. Lo digo porque no he visto reseñas del directo en la prensa; aunque ya sabemos cómo funciona esto: el personal informa dependiendo de la fama de los artistas. Pero Vetusta Morla posee un público fiel que va aumentando día a día. Por eso se llenó la Joy Eslava y por eso ofrecieron uno de sus mejores conciertos, al que sólo se podría reprochar que el volumen estuviera un poco más bajo de lo que nos hubiese gustado, de lo cual la banda no tiene culpa. Fue uno de esos directos impecables donde todo el mundo es seducido por el grupo, donde la gente se sabe las canciones, donde el público interviene en los coros si lo pide el vocalista. Hubo lugar para las risas y para la emoción, para agradecimientos y para variaciones de algunos temas (el final de “La marea”, por ejemplo), para el espectáculo final de luces y pompas de jabón y una aparición inesperada (la de Jairo Zabala, cantante y guitarrista de Vacazul). Me sentía como en casa, allá en la pista, pues escucho a menudo sus canciones mientras escribo o leo la prensa. Algunas veces pongo el disco original y, otras, me basta con oír los temas colgados en su web de MySpace. A todos los entusiasmos y satisfacciones que se llevó la banda con el calor y la entrega del público habría que sumar la historia de una mujer embarazada y próxima a dar a luz que acude a oírlos. Ese, creo yo, es su mejor premio. Y una historia para contarle algún día al hijo de mis colegas.