lunes, marzo 10, 2008

Ellis Island, de Georges Perec


Los inmigrantes que desembarcaron por primera
vez en Battery Park no tardaron en percibir que
lo que les habían contado sobre la maravillosa
América no era del todo exacto: tal vez la tierra
pertenecía a todos, pero aquellos que habían
llegado primero estaban ya servidos, y no podían
evitar amontonarse de a diez en los tugurios sin
ventanas del Lower East Side y trabajar quince
horas por día. Los pavos no caían rostisados en
los platos y las calles de New York no estaban
pavimentadas con oro.

En realidad, la mayoría ni siquiera estaba
pavimentada. Y comprendían entonces que se los
había hecho venir para que ellos las pavimentaran.
Y para cavar los túneles y los canales, construir
las rutas, los puentes, las grandes represas, las vías
del tren, limpiar los bosques, explotar las minas
y las canteras, fabricar los automóviles y los
cigarros, las carabinas y los trajes, los zapatos,
las gomas de mascar, el
corned-beef y los jabones,
y construir rascacielos aun más altos que aquellos
que habían descubierto al llegar.