lunes, marzo 17, 2008

Ampliando horizontes

Hay algo que sí me atrae del libro electrónico, y lo explicaré ahora. Pero ignoro si se ha inventado. Si no se ha inventado, no tardará mucho, desde luego. Lo he notado leyendo libros contemporáneos que aluden a canciones, escenas de películas e incluso videoclips o anuncios. Pongamos por caso “La Fortaleza de la Soledad”, de Jonathan Lethem, “Windows of the World”, de Frederic Beigbeder, “Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay”, de Michael Chabon, “Norwegian Wood”, de Haruki Murakami, “Apuntes autistas”, de Alberto Fuguet, o “Nocilla Experience”, de Agustín Fernández Mallo. En todos ellos se citan canciones, cómics, pasajes concretos de películas, anuncios o extractos radiofónicos.
Pues bien, leyéndolos, uno echa de menos esos extractos, esas escenas y esos temas musicales. Es decir: cuando en un libro se alude a otro libro, por ejemplo a una novela, a un clásico, el autor incorpora algunos fragmentos. Leemos un trozo de “Moby Dick” dentro de otra novela contemporánea y ya sabemos de qué está hablando el autor. Aunque no conozcamos la prosa de Melville, el escritor anota un pasaje en concreto y todos tan felices. Muchos autores incorporan a sus libros las fotografías, los bosquejos, los billetes de tren escaneados (pienso en W. G. Sebald, primero). No es que la imagen pueda superar al texto, sino que lo apoya, ayuda a la comprensión e incluso certifica que es cierto lo que el autor cuenta: esos billetes de tren en los que Sebald deja claro que sus viajes no son imaginarios, sino que estuvo presente en esos sitios remotos de los que habla. Lo que no pueden hacer, sin embargo, estos autores, es ofrecernos la magia de una canción o de una escena de una película. Por muy superior que sea la literatura, no es lo mismo que te describan “A Day in the Life”, de The Beatles, que escucharla (si nunca antes la has oído); lo cual sería raro, lo de no haberla oído nunca, pero el ejemplo sirve para bandas menos conocidas. Leyendo esos libros arriba citados, y otros tantos, conozco la mayoría de las referencias y alusiones. Pero no todas. Hay canciones, o cómics, o películas, que no he escuchado, leído ni visto. Leída la referencia, a menudo detengo la lectura y buceo en internet para ponerme al día: buscar las canciones, los cómics o las películas. Una vez iniciado el proceso de búsqueda, una vez encontrada información en la red, vuelvo a la lectura.
Sería deseable manejar un libro electrónico y que, en vez de leer la letra de una canción a la que aluden en la historia y que escucha el protagonista, pincháramos un vínculo y sonara el tema en mp3. Que, llegados al momento en que en tal o cual novela se cita una escena de una película, hubiera inserto un vídeo en el que, al pinchar, viéramos la reproducción. O la posibilidad de ver un anuncio. Pero lo mejor serían las canciones. Hay libros con banda sonora incorporada (los de Murakami), es decir, que el autor recoge innumerables temas y habla de ellos y acompañan al narrador, pero nosotros no podemos oírlos, salvo que nos levantemos a buscar en nuestra discoteca el tema en cuestión. A lo que me refiero es a leer un libro como si fuera un blog, pero sin ser un blog. Sé que con el Kindle o con el Sony Reader se pueden leer blogs y acompañar cada párrafo con vínculos, videoclips del YouTube y canciones en mp3. Pero no hablo de blogs. Hablo de libros electrónicos, preparados ya por el autor desde el origen. Es decir: leerse “Norwegian Wood” acompañado de las canciones que suenen en cada momento, incorporadas por el propio Murakami. Sí, me figuro que es muy costoso en cuanto a los derechos. Pero imaginen qué placer.