Un escritor te lleva a otro, o a varios. Aldo Nove me ha llevado a Enrico Brizzi, quien cuenta en esta novela la historia de amor sin besos de dos tardoadolescentes de Bolonia. Ese primer amor que dura poco (cuatro meses, aquí) y que se ve interrumpido por viajes, planes y preparativos futuros. Alex D. (clara referencia a Alexander DeLarge, protagonista de La Naranja Mecánica) corre por las calles de la ciudad en bicicleta; su novia/amiga, Aidi, viaja en vespino. A veces van juntos en el vespino de ella, escuchan música, conversan o callan. Mientras esos meses se le escurren de los dedos, Alex se hace preguntas. Aún es muy joven y, como tal, rebelde, incompleto, inseguro, obsesionado con la música y las bandas. La referencia al abandono de Frusciante de Red Hot Chili Peppers nos da el dato: estamos en los noventa.
La novela causó furor, al parecer, en su momento. Contiene innumerables huellas de la música, del cine y de la literatura, especialmente ecos de Taxi Driver, El guardián entre el centeno, el Never Mind the Bollocks y London Calling. Lo más sugerente del asunto es su lenguaje dinámico y fresco, en el que se mezclan palabras inventadas con muchos términos anglosajones y ejercicios arriesgados como ya practicara Nove (pero sigo prefiriendo a este último, dado que a Brizzi se le notan algunos excesos de principiante). Copio un fragmento que esclarece de qué hablo:
Tumbado en el sofá de la sala, nada más terminar de comer, escuchando The Singles de los Clash a volumen de bronca de escalera, ojos estáticos, lata de coca en el suelo, calzoncillos remetidos en zona paquetecular y camiseta de hooligan, miraba fijamente el techo contando con preocupación el número de surcos que le separaba del final del side A.