Estamos en el siglo XXI pero, en algunos aspectos y en lo que atañe a España, no lo parece en absoluto. Y esta vez me voy a referir a la imagen televisiva que se ofrece durante la Navidad. Como en estas fechas amordazan a las series y programas de calidad, lo cual me place porque, al final, he pasado más tiempo del que pensaba en las calles y en los bares de mi tierra, y los sustituyen por películas infantiles y carromatos de bazofia, apenas me he molestado en asomarme a la televisión. De vez en cuando, eso sí, ponían algo digno: “Evasión en la granja” o “Bad Santa”. En la tele es donde se comprueba si las películas han superado la prueba del tiempo. Unos minutos del bodrio “Armageddon” me sirvió para constatar que es aún más mala de lo que creía o recordaba. Más mala que el sebo frito.
En mis andanzas por los bares, ya fuera de tapeo o para tomar un café o para beber una copa, a veces miraba al televisor. No había nada bueno. Las cadenas se conforman con poner refritos e imágenes sacadas del baúl de los recuerdos para contarnos lo mejor y lo peor del año y sacar a los fallecidos. No contentos sus responsables con eso, te bombardean cada poco con reportajes especiales sobre las mejores galas de Nochevieja del año. Lo que supone kilos y kilos de caspa. Un resumen de los tontos, las marujas y los garbanceros que han salido bailando, cantando o presentando las doce campanadas, o tratando de divertir a esas familias que se quedan en Nochebuena y Nochevieja en casa, viendo la televisión, cuando estarían mejor jugando a las cartas o incluso durmiendo. En cada ocasión en que he mirado a la pantalla de televisión y he visto estos resúmenes, se me ha caído el alma a los pies. Uno cree que recuperará el alma, por así decirlo, en las nuevas ediciones: en las nuevas presentaciones de las uvas, en las galas de Nochevieja y cosas así. Pero no. Uno es un iluso. Porque, mientras en la cena del último año y diez minutos antes de que dieran las campanadas, saltábamos de una cadena a otra como si nos quemáramos, el panorama era similar. Tú coges alguna gala o alguna presentación de campanadas de este año, y la comparas con la de hace diez años, y en general es lo mismo. Caspa. Sabor añejo. Hedor a rancio. No sabría decir lo que es, pero algo falla. Parece como si no avanzáramos en el tiempo, como si los presentadores estuvieran cansados, como si ni ellos mismos se creyeran lo que nos están contando. Tampoco debe ser fácil su tarea, creo yo.
No me refiero, ya digo, a los programas creativos (no los vi, pero cuentan que la calidad acompañó a “Muchachada Nui” y el “Ciudadano Kien” de José Mota), sino a los refritos de las galas de baile, a las horteradas que nos toca tragar un año sí y otro también, a los presentadores con capa y a las presentadoras con caspa. En los noventa enchufabas la televisión en Nochevieja y salía la Pantoja dando la turra. A finales de los noventa, lo mismo. Ahora, en pleno siglo XXI, y en pos del final de su primera década, pones la televisión y, ¿qué obtienes? Lo mismo de hace siglos, pero con arrugas. La Pantoja, Los Manolos, Bertín Osborne, Manolo Escobar, Chiquito de la Calzada, Ramón García. Joer, qué país. Leo por ahí que, al menos, hubo dos o tres cantantes que merecieron la pena entre esta marabunta de viejas glorias. Les juro que era ver la tele y creer que me había subido en el DeLorean de Doc Brown para retroceder veinte años en el tiempo. Luego salen expertos diciendo que tenemos que tomar sopas y verduras para cuidar el estómago tras los atracones de carne y champán de estas fechas. Pero hay que tener más estómago para ver la tele en Navidad.