Leo el siguiente titular: “Led Zeppelin vuelve después de treinta años”. Algo que, naturalmente, me place. Nunca debieron separarse, pero es algo con lo que ni ellos ni nadie pudo luchar: John Bonham se ahogó con su propia vomitona, una de esas muertes por drogas o alcohol o depresión que conduce al suicidio y con las que se despiden tantos músicos. Yo he seguido un poco la carrera en solitario del vocalista Robert Plant, que cada vez está más amanerado, pero que sigue teniendo una voz privilegiada. En solitario es menos rockero, y las canciones suelen ser más melódicas. Cuando digo que he seguido su carrera en solitario me refiero a que, en el pasado, escuché un par de discos, y en especial me gustó “No Quarter”, para el que aunó fuerzas con otro de los grandes de Led Zeppelin, el guitarrista Jimmy Page.
Led Zeppelin vuelve. Como todos en el mundo de la música, incluso Axl Rose, que lleva años o siglos posponiendo su nuevo disco. Todos lo dejan un día. Se muere un miembro de la banda, o se hacen mayores y cambian el mundo de las guitarras por la apertura de un negocio, de un restaurante, o de una productora, o de una discográfica, o, si no terminaron amasando millones, se buscan un trabajo de ocho horas. Todos se van y todos vuelven. Las bandas nunca vuelven al completo, claro. Siempre hay enfados, disputas, abandonos, hartazgo, y sobre todo la muerte, que deja cojos a muchos grupos. Pero al final sobreviven. Se reúnen después de años sin verse, se cuentan las canas y las arrugas, hacen recuento de sus trayectorias, dan recuerdos para las respectivas familias, se abrazan, toman unas cervezas (algunos puede que hayan dejado el alcohol, y se conformarán con pedir una tónica o un zumo), lo hablan, recuerdan con una sonrisa los buenos viejos tiempos y deciden volver a los escenarios, regresar a la carretera, soltarse la coleta, liarse la manta a la cabeza, satisfacer a sus fans, que han envejecido con ellos, componer algunos temas nuevos y tocar en directo los clásicos. Todo esto ya nos lo mostró nuestro amigo Manuel Sanabria en su película “Sinfín”, pero es verdad. Es así. Las bandas vuelven. Envejecidas. Cansadas. Con mil historias en la mochila. Quizá han perdido por el camino la frescura y la juventud pero, qué demonios, aún les queda fuelle y, lo que es mejor, cosecharon energía y experiencia.
Vuelven las bandas. Quizá nunca se fueron. Sólo estaban ahí, agazapadas, tomándose un respiro, ahorrando fuerzas, reclutando otras experiencias, como el matrimonio, las deudas, la paternidad, la caída al pozo y el ascenso a la superficie. Vuelven todos. Y, si no lo crees, echa un vistazo a tu alrededor. Vuelve The Cure, para cuyo directo del año que viene ya tengo entradas. Vuelven los Hombres G, que a mí jamás me gustaron ni me gustarán. Vuelven los Héroes del Silencio, cuyos temas tanto me hicieron bailar cuando los pinchaban en Pagos Al Contado. Vuelven Los Ronaldos, cuyas canciones ponía yo en el bar de mis padres, allá en una década lejana. Vuelven las Spice Girls, para desgracia de nuestros oídos. Vuelven The Police, Nacha Pop, The Who, Eagles, Stewart Copeland y tantos otros que pierdo la cuenta. En Zamora han vuelto por la puerta acústica los chicos de Cianuro, que tienen un buen puñado de canciones de mi juventud. El año pasado estuvieron a punto de juntarse de nuevo, en nuestra ciudad, los componentes de Mary Jane, y aún rezo para que algún día lo hagan. Y volvieron The Rolling Stones y los disfruté en el mejor concierto que he visto jamás. Nos gustan los regresos. Al público le gustan las pausas, los abandonos, los descansos, y luego los retornos. La caída y el ascenso. La búsqueda del pasado.