He entrado un par de veces en esa sala de La Casa Encendida en la que ofrecen la exposición “Vida y hechos de Arthur Rimbaud”. El edificio me queda a unos minutos de casa. Iba de paso, de camino a Correos, y recordé que acababan de inaugurarla, y que Patti Smith había hecho algunas declaraciones sobre Arthur Rimbaud cuando vino hace unos días a cantar a La Casa Encendida, con motivo de dicha muestra. La primera vez no tenía tiempo, así que sólo me metí en la sala a preguntar por el horario, a coger un par de programas y a averiguar si merecía la pena ver la exposición con calma. Esto último lo digo porque he visto otras exposiciones sobre escritores, y no siempre me gustan. A menudo los comisarios se contentan con poner, tras las vitrinas, copias y reproducciones de objetos que tengan que ver con la vida del personaje. Y uno no quiere ver copias ni imitaciones. Quiere ver lo auténtico, lo que ese personaje tocó, utilizó, tuvo en su casa. Cada objeto cobija cierta vida en su interior, por así decirlo. Una imitación nos sirve de poco. Sólo es algo que un tipo acaba de construir en una fábrica o en un taller, y no arrastra una historia. Así que eché un vistazo. La exposición merecía la pena y volví en otra ocasión, para verla con detenimiento.
Según el programa que podemos coger a la entrada (y del que yo esperaba más enjundia, pero sólo se trata de una ficha), esta muestra intenta contar una historia, la de un hombre que fue poeta, rebelde y viajero y cuyas huellas se rastrean en la exposición. Una historia contada en orden cronológico, desde sus primeros días hasta su muerte y la fama póstuma. No faltan las relaciones con Paul Verlaine, ni sus viajes, ni otras anécdotas como sus méritos escolares o los testimonios del juicio a Verlaine tras pegarle éste un tiro a su amigo. En las paredes blancas de la sala encontramos reproducidos algunos poemas de Rimbaud, fragmentos de cartas a sus parientes y amigos, extractos de algunos otros textos en prosa. En las paredes azules pueden leerse otros fragmentos y anotaciones. Por ejemplo, informes policiales sobre la conducta del poeta. Anécdotas breves. Curiosidades. Hay cascos en los que se pueden escuchar grabaciones de poemas de Rimbaud recitados en castellano y en francés. En las paredes también cuelgan grandes fotografías de lugares en los que vivió: Charleville, Londres, París, Marsella… Al lado de cada foto hay una cronología mediante la que seguir los pasos del poeta y su relación con esas ciudades. Hay dibujos y caricaturas sobre Rimbaud. Están los célebres retratos que le hicieron en su juventud, con cara de niño precoz, de genio airado.
Las vitrinas cobijan lo mejor de la muestra: primeras ediciones de sus libros; expedientes y denuncias; declaraciones sobre el juicio a Verlaine; periódicos que contienen poemas de Rimbaud o anuncios del poeta ofreciendo sus servicios; cartas y cuadernos donde anotaba, con una letra bella, redonda y elegante (opuesta a la letra fría, apretada y diminuta de cada informe judicial y policial), sus cuitas o sus noticias o sus pensamientos; volúmenes de otros autores, como Verlaine y sus páginas dedicadas a Rimbaud dentro de “Los poetas malditos”; un libro escolar en el que comprobamos que aquel niño terrible se llevaba el primer puesto en cada asignatura; revistas donde publicaron algunos versos iniciales; los cubiertos que se trajo de África, tras tantos años viviendo y comerciando allí; anotaciones hechas en páginas de libretas en las que calcula gastos y beneficios de sus negocios. Y, al final, el personaje que se convierte en un mito tras su muerte. Y la fotografía de su tumba.