Recientemente Anagrama publicó una nueva traducción de “A sangre fría”, de Truman Capote, a cargo de Jesús Zulaika. El libro costaba unos veinte euros. Como ya lo tengo y lo leí hace años, aunque en una edición rudimentaria de kiosco, no me lo compré. Pero estaba esperando a que saliese esta versión en bolsillo. Así me ahorro dinero y, sobre todo, espacio. Una mañana encontré en la página web de La Casa del Libro la ficha de ese libro en la edición barata. Me puse las botas y salí. Andaba con ganas de comprar también el último poemario de Karmelo C. Iribarren, un poeta que el verano pasado iluminó (aún más, si cabe) mis días plácidos y soleados en un pueblo de Sanabria, gracias a su antología “Seguro que esta historia te suena”. Esos eran, pues, los dos títulos que tenía en mente. Fui andando. Pero el edificio que me queda más cerca es El Corte Inglés; luego está la Fnac y, finalmente, La Casa del Libro. Pensé en entrar primero en El Corte Inglés. De camino hay un cajero. Cuando me acerco, en la pantalla pone “Cajero temporalmente fuera de servicio”. El siguiente cajero está más allá de la sucursal de libros de El Corte Inglés. Voy hacia allí.
En realidad no es un cajero; son dos. En ambos, el mismo mensaje: “Cajero temporalmente fuera de servicio”. Miro alrededor. Fnac está a un paso. Y dentro, en el piso subterráneo, junto a la sección de informática, telefonía e imagen y sonido, tienen un cajero automático. Entro en Fnac. Bajo por las escaleras mecánicas y, aleluya, el dispensador funciona. En la planta cuarta tienen “Ola de frío”, el de Iribarren, pero no está esa traducción en bolsillo de Capote. Ya metidos en faena, pienso, me acercaré hasta La Casa del Libro. Total, me queda a un paso. No cojo el de Iribarren porque no quiero que me pase lo habitual: comprar algo en Fnac y luego, al franquear los detectores de La Casa del Libro, que pite el sensor y me toque explicarle al vigilante de dónde vengo y qué traigo en la bolsa. Me voy, pues, con las manos vacías. Compraré allí el de Iribarren. Lo primero que hago es buscar el de Capote, en la sección de bolsillo. No está. Y sospecho que aún no ha salido a la venta, aunque en la web tengan la ficha. Me huelo que saldrá dentro de unas semanas.
Al pasar junto a las mesas de novedades se me van los ojos. Es habitual en mí. Empiezo a mirar por aquí y por allá. Cuando, de repente, tropiezo con una agradable sorpresa: “Cómo vive la otra mitad”, de Jacob A. Riis, recién editado y con fotografías. Es un reportaje sobre algunos barrios miserables de Nueva York, escrito hace muchos años. Me interesa. Pero antes subo a la sección de poesía. En Fnac vi varios ejemplares de “Ola de frío”, así que supongo que aquí habrá muchos más. Error. Paso un cuarto de hora husmeando en los anaqueles. Vencido, le pregunto a una chica. Busca en los estantes. No lo ve. Baja a comprobar la ficha en un ordenador. Se supone que debería haber un ejemplar. Regresa arriba. Rebusca en los anaqueles. Nada. Y, al final, me dice que puede pedírmelo. Sé que lo más fácil es decirle que no, volver a la Fnac y comprarlo allí. Sin embargo, me falta carácter cuando los dependientes de un comercio me preguntan si me piden un libro o una película o lo que sea. Vale, le digo. Anota mi nombre y mi teléfono. “¿Cuánto tardarán en recibirlo?” Ella responde: “De aquí a diez días”. Me muestro conforme, aunque no lo estoy. Cojo un ejemplar de “Cómo vive la otra mitad”, lo pago y me voy a casa. Fui a por Iribarren y Capote y regresé con Riis. Ahora me toca esperar unos días a que llegue “Ola de frío”. Me está bien empleado: por tonto y por falto de carácter.