No resulta fácil resumir el argumento de esta novela. Además, podría estropear las sorpresas que depara su lectura. He leído por ahí alguna crítica oficial, y se dedicaban a destripar la sinopsis. De modo que baste decir que hay numerosos elementos fantásticos o sobrenaturales: lluvias de peces (algo que recuerda a la lluvia de ranas de Magnolia), hombres que hablan con gatos, personajes de la cultura popular que se pasean por los mismos escenarios que los protagonistas, confusión entre las fronteras de la realidad y la ficción y el sueño y la vigilia, etcétera.
Murakami escribe con sencillez, pero su mensaje suele ser profundo: nos obliga a reflexionar, a darle vueltas y vueltas a la trama y sus recovecos. Se le nota la influencia de Salinger al principio: ese adolescente que va a su aire. No sé si ya lo dije alguna vez, pero este autor es muy hábil en su manera de mezclar los iconos occidentales con la filosofía oriental. Aquí hay tragedia griega, música clásica, jazz, rock y pop, Los cuatrocientos golpes de Truffaut, tipos que parecen salidos de un cómic manga, proverbios chinos, bibliotecas, los Cuentos de la lluvia y la luna, pintura, sexo, sueños, Pepsi, bares y cafeterías, mucha comida y gatos y mundos que se solapan y un joven llamado Cuervo.
A pesar de esa sencillez en la prosa, la novela está plagada de símbolos y de metáforas, de reflexiones sobre el olvido, la memoria, el amor y la búsqueda de la identidad. Como en esta declaración de uno de los personajes: Quiero que te acuerdes de mí. Si tú me recuerdas, no me importará que el resto del mundo me olvide.
Sólo cabe lamentar un par de cosas: la insistencia de la traductora en escribir "a la que se dio cuenta" en vez de "cuando se dio cuenta"; y los merodeos finales de dos de los personajes, que acaban resultando algo pesados, pero que dejan en el lector la sensación de angustia propia de los relatos kafkianos.