Segunda parte de la trilogía "dantesca" de mi colega Oscar Esquivias, que empezó con Inquietud en el Paraíso y culminará con Viene la noche. Si en la novela inicial se reconstruía con fidelidad y exhaustiva documentación el Burgos de 1936, en La ciudad de Gran Rey el autor da un giro radical: lo que era realismo con alguna pincelada (o sugerencia) de narrativa fantástica en la primera parte se transforma aquí, en la segunda, en un ejercicio de fabulación absoluta.
Los protagonistas, que en Inquietud... trataban de encontrar el acceso al Purgatorio a través de la Catedral de Burgos, aquí vagan por una extraña ciudad que cambia a su antojo (lo cual me recordó a la urbe mutante de la película Dark City), una especie de Burgos transformado en Purgatorio, donde las monedas de cambio son las muelas, los hombres ya están muertos (y se les descubre porque carecen de ombligo y no defecan) y las gárgolas cantan. Un pasaje del libro define bien el delirio que se apodera del lugar: El relato era delirante: curas mutilados, orines de murciélago que sirven de protección nocturna, señoras zarzueleras que reparten sopa entre las estatuas, timbas de monjes barbudos y voladores, resucitados, tortugas explosivas...
El tratamiento de la novela, como en su predecesora, apuesta siempre por un humor sutil que nos hace leer con una sonrisa en la boca. Sólo le puedo reprochar una cosa: dado que cada libro se publica con un año de diferencia, me costó un poco recordar a los personajes y situar sus motivos.