No sé si a veces compensa salir en busca de libros. Si salgo a comprar cierto título a las librerías, tardo horas en encontrarlo. O no lo encuentro. Pero si lo pido por correo electrónico y me lo envían en un paquete, me cobran los gastos de envío y, como el timbre no funciona bien, siempre tengo que recoger el aviso del buzón, ir hasta la sucursal de Correos, en Embajadores, tomar un número y esperar turno. Al volver a Madrid me entró de nuevo esa manía que consiste en querer leer y comprar todos los libros del mercado, sean antiguallas o novedades. Lo cuento para que vean lo arduo que es, en ocasiones, comprar un libro. Y comprárselo en el acto: cuando salgo a la caza es para regresar a casa con un ejemplar en las manos. No me vale con que el librero me diga que me lo pide a la editorial o a la distribuidora (esto sólo me sirve en Zamora, donde las distancias apenas existen). Ya que me doy paseos o utilizo el metro, prefiero volver recompensado.
El lunes estuve aguantando las ganas de buscar unos libros cuya compra había aplazado. Eran casi las nueve de la noche cuando decidimos ir, en un impulso de última hora, a las dos librerías más próximas a casa: La Librería de Lavapiés y La Central del Libro. En la primera no tenían ninguno de los títulos. Cuando llegamos a la segunda, nos dijeron que acababan de cerrar. En La Libre me había entretenido, y no me di cuenta de la hora: en La Central chapan a las nueve. Dejé la tarea para la tarde siguiente. Y salir a buscar dos o tres libros me ocupó dos horas, o más. Primero volví a La Central. Recorrí sus pisos con suelos crujientes de madera y busqué por los anaqueles y las mesas de novedades, sin éxito. No iba buscando libros que hubieran aparecido esta semana, y quizá por esa razón tardé tanto: la vida del libro es, para nuestra desgracia, cada vez más corta. Casi un suspiro. Al volver a Madrid había encontrado un obsequio en el buzón: “El mundo de los prodigios”. El autor es Robertson Davies, pero este título es el tercero de la aclamada “Trilogía de Deptford”, así que me faltaban los dos primeros: “El quinto en discordia” y “Mantícora”. No se puede leer la última parte sin conocer primero las otras dos: sería tan estúpido e inservible como ver “El retorno del jedi” sin haber visto sus precedentes. No sé si esos dos libros estaban agotados, o si ya los habían relegado a las librerías de viejo, aunque no me sorprendería, pese a que no creo que tengan un año de vida desde que los editaron. Frustrado lo de La Central, fui a la Cuesta Moyano, que me quedaba a unos minutos a pie. Pero empiezo a estar harto de esas casetas: llegue a la hora que llegue, e independientemente del clima, sólo hay abiertas unas pocas. Y rara vez hallo lo que busco. Porque también quería el que, dicen, es el mejor diario bélico de la historia: “Despachos de guerra”, de Michael Herr, quien estuvo de corresponsal en Vietnam y colaboró en los guiones de “Apocalypse Now” y “La chaqueta metálica”. No es un libro reciente, pues.
Desde Moyano me dirigí, siempre a pie, a la zona paralela a Huertas. Acabé en El Corte Inglés, pero sólo tenían uno de los tres libros. Acudí a Fnac, pero allí no te ayudan demasiado. Sólo te dicen: “Tercera planta. Sección de Historia”, por ejemplo. Y la sección de Historia está subdividida en, al menos, veinte categorías. Una media hora más tarde, entré en La Casa del Libro. No sé cuánto tardé en conseguir lo que buscaba, pero eran los últimos ejemplares. Lo que quiero decir con todo esto es que el exceso de novedades editoriales satura incluso al lector medio: si éste no caza a tiempo, es posible que le cueste horas o meses encontrar un libro con un año de vida.