Poco a poco, y para nuestra desgracia como lectores de tinta en papel, unas cuantas revistas van sometiéndose al poder de los contenidos digitales, desapareciendo para siempre de los kioscos. Se trata del futuro, que ya está escribiendo las primeras líneas del argumento de un mundo en el que, con bastante probabilidad y según anuncian los expertos en futurología, casi todo se hará mediante la red. Estas revistas cierran sus contenidos en papel porque no son rentables: la publicidad desciende y opta por financiar la red, los lectores disminuyen y prefieren leerse los contenidos en internet y, de momento, no gastar un céntimo. El pensamiento común es: “¿Para que voy a bajar al kiosco a comprar la revista, si puedo leer sus contenidos en la pantalla del ordenador, o leer otras revistas sin tener que pagar por su lectura?”
La revista Life es uno de los más recientes ejemplos. Es la tercera vez que la cierran, pero quizá esta sea la definitiva. En los últimos tiempos, adquirida por Warner, servía de suplemento para más de cien cabeceras de prensa de Estados Unidos. La palabra que han pronunciado los responsables de la compañía es “declive”. La revista desaparece, pero la marca continuará explotándose en la red, distribuyendo un jugoso e importante archivo fotográfico, editando libros y formulando otros proyectos en breve. Dicen también sus responsables, en un comunicado oficial, que el tiempo ha jugado en su contra y que el mercado cambió demasiado en los últimos años. Veinte días atrás leí en un blog de cine que iba a desaparecer de los kioscos otra publicación, emblemática para nosotros, los cinéfilos, pero no tan conocida como Life: la edición norteamericana de Premiere. La revista seguirá existiendo, pero sólo a través de los contenidos colgados en internet. Es una pena porque se trata de una de las más prestigiosas publicaciones de cine. De Premiere existen varias ediciones: la edición original francesa, la inglesa, la norteamericana, etcétera. Recuerdo que en los noventa me compraba las ediciones de Estados Unidos y la de Francia: no era ninguna locura porque eran totalmente distintas entre sí. La francesa la vendían (y creo que aún la venden) en el kiosco de La Farola de Zamora. La norteamericana solía comprármela un amigo que estudiaba en Madrid. Me la traía cada mes. Sin embargo, un día decidí dejar de adquirirlas: al ser de importación, el precio iba subiendo tanto que no resultaba fácil continuar la doble compra mensual. Tras esa decisión, además, y por culpa de mis frecuentes cambios de domicilio, al final decidí meterles la tijera, quedarme con algunas portadas y fotos y arrojar mis números a la basura. No se puede vagar de un lado a otro durante años con toneladas de libros, periódicos, revistas, películas y discos a la espalda: al final hay que sacrificar algo y yo sacrifiqué algunas revistas.
En lo sucesivo, otros magacines y periódicos irán cayendo. Esta situación, esta realidad, me incomoda, no me gusta. La razón no es que sea un amante (y futuro nostálgico) del papel en vías de extinción, sino que me cuesta leer en la pantalla del ordenador. Sigo comprando un par de revistas de cine al mes, y de vez en cuando bajo a por algún periódico: en este último caso lo hago si me interesan demasiados contenidos del ejemplar del día, pues la lectura continuada al final cansa, agota, y no es lo mismo. Prefiero leer el periódico en el sofá, con la tele puesta, antes que en mi monitor, quemándome los ojos y con la espalda dolorida de la postura. Al final, como tantas otras reliquias, esas revistas terminan su periplo en el Rastro, guardián de números atrasados y polvorientos. Pero por ellas te dan una miseria.