viernes, enero 12, 2007

Ya no se ríe (La Opinión)

George W. Bush reconoce que ha habido errores en Irak y que toda la responsabilidad es suya. En los últimos tiempos me había fijado en las expresiones de su rostro cuando salía a hablar frente a la alcachofa y para las cámaras de televisión: dijera lo que dijese, siempre soltaba una sonrisilla de lobo feroz. Las comisuras de un lado de la boca parecía que se le rizasen. Quizá estaba anunciando que su país había perdido tantos o cuantos hombres en Irak, y antes de retirarse sonreía entre medias, como sonríe el chiquillo a quien, en clase, el maestro acaba de pescar haciendo una gamberrada. Es la sonrisa del que, sabiéndose culpable, no puede evitar la carcajada, aunque al final se disipe y todo quede en eso, en una simple sonrisa de granuja. En las últimas declaraciones de Bush, diciendo que la cosa está que arde, peor que nunca, y que la situación es insostenible para los americanos, y que ha habido errores y que los asume, ya no hay esbozo de sonrisa. Quizá sea consciente, al fin, de que una guerra es una cosa muy seria y los soldados no son de juguete, sino de carne y hueso.
Todas esas sonrisas del presidente las han parodiado con acierto en la sección de Noche Hache titulada “Versión original”. A Bush suelen sacarlo con ese careto de canalla tonto, con la sonrisa a medias, y le ponen subtítulos con frases inventadas y bromas de buen gusto. Hace tiempo que no veo el programa, pero la última vez que me asomé a “Versión original” parodiaban a Franco, en su intento de hablar inglés. A mi juicio, a Franco no le hacen falta ni siquiera subtítulos: ya se parodiaba él solito. Pero con Bush, lo admito, me divertía mucho. Mi mayor carcajada surgió en una de las parodias en las que él sonreía como si fuera un cowboy guaperas y alguien del público le gritaba algo; los del programa lo tradujeron como “¡Te voy a borrar el cero!” Pero, volviendo al principio, Bush ya no se ríe. Alguien le habrá convencido de que ser presidente no es un juego de niños. Me recuerda a ese peliculón titulado “Glengarry Glen Ross”: cuando irrumpe en las oficinas el personaje encarnado por Alec Baldwin (actor demócrata hasta la médula, por cierto), igual que un vendaval que va a obligar a los vendedores de seguros a trabajar a destajo para obtener un premio o, de lo contrario, el despido. Al principio se mofan de él. En cuanto les pone las cosas claras sobre una pizarra, y les anuncia que el ganador se llevará un Cadillac, el segundo en ventas ganará un juego de cuchillos y los demás obtendrán el despido, todos abandonan la sonrisa y la chacota. Y Baldwin dice: “Ya no se ríen, ¿eh?”. Les ha contado la verdad, les ha enseñado la realidad, y ambas duelen, y el dolor apacigua cualquier risa. Le han visto las orejas al lobo. Acaso, por fin, al presidente de Estados Unidos le haya pasado lo mismo. Lo cual no servirá de mucho.
No servirá de mucho porque siempre podrá meter cuchara en otros conflictos, o crearlos, o porque, de momento y según he leído, va a seguir mandando tropas a Irak: más de veintiún mil soldados (o “efectivos”, como dicen ahora en los medios). Últimamente está de moda anunciar una cosa y hacer la contraria: vean el ejemplo de los etarras, que con una mano señalan que hay tregua y con la otra lanzan una bomba. Un senador demócrata ha dicho: “Este es el momento de que Bush afronte la realidad”. El caso es que el tipo ha tardado en afrontarla, o al menos en reconocer los errores. Sin embargo, no seamos ingenuos: eso de los errores no es idea de Bush, sino que le habrán recomendado que lo diga. Ya no es “Me llamo George y soy alcohólico”, sino “Me llamo Presidente de los Estados Unidos y soy genocida”.