Me habían dicho que Blankets, la célebre novela gráfica de Craig Thompson, era una maravilla. Ayer, de una sentada (y son 590 páginas), comprobé que era cierto. Thompson, de manera autobiográfica, cuenta su infancia y su adolescencia a través del hilo conductor de las mantas (blankets): la manta por la que luchan él y su hermano, de niños, condenados a dormir en la misma cama; la manta que Raina (la chica de la que se enamora) teje para él; la manta con la que ambos se cubren cuando están juntos, en invierno. Craig crece como un bicho raro: es delgado y silencioso, aborrece los deportes, le encanta dibujar y es educado en la férrea disciplina católica. Reconozco que yo mismo me sentí igual en una época lejana; esa es otra de las razones por las que me ha gustado este cómic. Blankets es un retrato casi poético del primer amor adolescente. Un amor caracterizado por la nieve de los inviernos, el grunge de los años 90, el mito de la caverna, los recuerdos infantiles, la culpa y el temor a cometer un pecado de la carne (parecido a lo que hace Scorsese en películas como Malas calles). El dibujo siempre está al servicio de la historia, pero no es nada desdeñable: así, por ejemplo, en las viñetas en las que Craig ve a la chica como si fuera un ángel, perfecto y sagrado; o cuando ambos duermen abrazados, envueltos en la manta que ha tejido ella; o en esos paseos sobre la nieve que cruje a su paso o sobre el hielo que se resquebraja.