Es sólo una impresión, pero juraría que media ciudad se ha ido de viaje durante el puente de esta semana. Madrid, se nota en el aire y en el ruido, huele a vacío. He preferido quedarme aquí en lugar de ir a mi tierra o a otras provincias para evitar, precisamente, los atascos en carretera. Son demasiadas horas metido en el coche, viendo pasar el tiempo, como para arriesgarse. Y para eso ya tendré de sobra cuando empiecen las navidades. Luego he leído que la operación salida no registró grandes dificultades. Pero ya han fallecido siete personas en la carretera, a la hora de escribir este artículo: que se lo cuenten a ellas. Que haya un único muerto supone, a mi juicio, demasiadas dificultades. El martes por la tarde, en las calles y en las terminales del metro se notaba cierta urgencia de los ciudadanos por ir a las compras de última hora, por salir del trabajo y coger el coche para largarse. Parecía la tarde previa a Nochebuena, con los comercios y los supermercados atestados de personal con prisa. En la cola de la caja de una librería escuché a unas chicas hablando de novelas. “No he vuelto a encontrar ningún libro que me llame la atención”, dijo una. La otra respondió: “Yo, desde que leí La Sombra del Viento, tampoco”. Fue como si la depresión me hubiera dado un navajazo pasajero en el estómago. Allí estaba yo, buscando títulos que no encontraba, sacando tiempo hasta de debajo de las piedras para leer toda mi biblioteca (tarea imposible, que nadie logrará nunca), descubriendo cada semana autores imprescindibles a los que no conocía, angustiado por esas pilas de libros que aumentan terroríficamente en mi mesilla, obsesionado con absorber toda la literatura como si fuera una esponja, y una chica dice que desde aquella novela no ha vuelto a encontrar nada. Sentí deseos de decirle: “Busca bien. Este local rebosa de tesoros a descubrir. Casi todas las joyas están aquí reunidas. Sólo has de tener olfato y saber buscar un poco. Lo demás vendrá rodado”. Regresé a casa a las ocho. Una hora después salí a hacer otro recado por el centro y ya no había tanta gente.
A la mañana siguiente, miércoles, volví por el centro: se notaba que era fiesta y que estábamos al principio del puente. Ni siquiera vi colas en Casa Labra. Sólo encontré una muchedumbre frente al famoso Zoo de Cortylandia. Padres con sus hijos, viendo los animales colgados en la fachada del Corte Inglés y gente disfrazada de superhéroes y de personajes de dibujos animados, que entretenía a los niños haciéndoles nudos a los globos. No sabía nada de ningún Zoo y la librería a la que iba estaba en frente. No fue fácil acceder a ella. Dentro, por suerte, no había colas ante la caja. Los niños de la calle, con sus padres al lado, miraban maravillados los disfraces y los muñecos puestos en la fachada del edificio. En algún sitio tengo leído que esto es una tradición entre las familias que viven aquí. Los padres que ahora llevan allí a sus chavales son los niños (ya crecidos) que antaño iban a verlo. Desde fuera parece una chorrada, pero eso es porque nos hemos hecho mayores.
Mientras aquí la mayoría de la gente con días libres en el trabajo parece que se ha marchado a esquiar o a su tierra a pasar la semana, en Zamora los hoteles están al borde de la ocupación, según nos contaba este diario. También ha habido algunas cancelaciones en los hoteles. Se sospecha que es debido al mal tiempo. El martes por la tarde y por la noche sobraron las lluvias en Madrid. Agua y frío. Se prevé idéntico temporal para toda la semana.