Tan seguros están en el Partido Popular de Zamora del triunfo de su candidata a la alcaldía que dicen que el candidato del Partido Socialista será un magnífico jefe de la oposición. Ellos están convencidos de su éxito en las elecciones, y yo también. De momento, no albergo ninguna duda: ganará el PP, por costumbre, por olvido del pueblo y porque estamos hablando de una ciudad con población mayoritariamente de la tercera edad y de derechas, dos factores imprescindibles a la hora de ganar en las urnas en esta provincia.
Lo dicho en las líneas anteriores no significa que uno aconseje al resto de los partidos el abandono de la lucha. Desde luego, cada partido debe pelear y mostrar su mejor cara o su programa, si lo tiene, incluso aunque esté casi asegurada la derrota (alguien políticamente correcto no diría derrota ni triunfo, pero recuerden que quien escribe esto no es políticamente correcto). Pero seamos claros: la mayoría de los votantes que viven en Zamora quieren lo que de momento se les da, a saber, una ciudad tranquila en la que pongan muchos bancos de cara a la pared, donde se sienten los jubilados a olvidar; en la que apenas se note la presencia de la juventud en los actos, en los conciertos y en otras ceremonias relacionadas con la cultura (aunque, de cara a las elecciones, el Ayuntamiento sí está prestando ahora algo de apoyo a los jóvenes y sus actividades culturales); en la que se opte por construir plazas ridículas, réplicas unas de otras, pero bien iluminadas; en la que se vea a los gobernantes, de vez en cuando, alumbrar interminables proyectos en el centro de la ciudad, mientras bajan a saludar y a hacer promesas a los vecinos de los barrios bajos, aunque luego no las cumplan; en la que las fiestas locales sean flojas y apenas se perciba el escaso dinero empleado en ellas, pero que es una circunstancia que podrá perdonarse siempre que la Semana Santa se practique en orden y sin calles cortadas por las obras. Etcétera.
Tampoco significa lo anterior que los candidatos de la oposición sean buenos o malos, mejores o peores, ni que la candidata del PP sea mejor o peor. Porque no lo dudo: unos y otros estarán a la altura, o eso se espera de ellos y de sus programas electorales. Pero decíamos que está, en primer lugar, la costumbre. Algunos ciudadanos ni siquiera se molestan en votar. Suelen creer que su voto no cambiará las cosas. Algunos ciudadanos no quieren mudar de costumbres mientras les siga yendo bien gracias a los cargos a dedo y a los enchufes. Somos miembros de una ciudad acomodada, y eso constituye un peligro, pero no sólo en materia política. En segundo lugar, el olvido del pueblo: el olvido en política. Los ciudadanos, por lo general, ni siquiera logramos acordarnos de lo que sucedió hace dos semanas en el ruedo político; y menos recordamos, pues, lo que ocurría meses atrás. Se nos olvidan pronto los éxitos y los fracasos municipales, pero sobre todo se nos olvidan los segundos. Y en tercer lugar, y como cité al principio: estamos ante una población envejecida que sólo piensa en términos de bienestar y tranquilidad y bancos en los parques bien iluminados; ya no le preocupa tanto el futuro como antes, salvo en lo que respecta a los nietos o hijos que terminan haciendo la maleta y largándose a otras provincias a trabajar. Además, algo esencial: el cambio de candidato a la alcaldía, por parte del PP, trae aire fresco: al menos a priori. Lo cual supone un punto importante. No dudamos, pues, de la valía de unos y otros, pero el PP zamorano tiene las de ganar. Incluso aunque pusieran de candidato a un muñeco de trapo.