sábado, octubre 07, 2006

Bares para guiris (La Opinión)

Decidimos tomar una clara con limón por la zona de Huertas, por donde hace tiempo que no íbamos. Esta zona posee, supongo que como todo, sus ventajas e inconvenientes: por allí se ve mucha gente relacionada con la literatura, el teatro y el cine; es muy agradable pasear por las callejas del Barrio de las Letras y leer las inscripciones del suelo, en las que hay célebres citas y nombres de literatos famosos, y asomarse a los escaparates de las librerías de viejo; en Naturbier, que está en la Plaza de Santa Ana, tienen dentro una fábrica de cerveza natural, muy ligera al paladar, sabrosa e incluso saludable si se toma con medida; las terrazas suelen estar pobladas de turistas y propician mucho colorido a la plaza, en la que está la estatua de Lorca; hay garitos de diversas clases y armarios con traje a la puerta; y se dice que por el Café Central suelen pasarse Günter Grass y Mario Vargas Llosa cuando están en la ciudad (pero aún no he entrado: programan actuaciones musicales casi a diario y en la puerta cobran lo bastante para persuadirte de que debes dar media vuelta); pero, en Huertas, si pides algo que no sea cerveza, suelen endosarte un garrafón que podría matar a las ratas; en cada calle te acosan los chicos y chicas que trabajan de relaciones públicas, dándote tarjetas en las que prometen invitarte a chupitos y a copas, pero luego entras en esos pubs, por probar, y el engaño toma proporciones considerables; y la mayoría de las tabernas de pinchos y de cañas están consagradas a los guiris, algo que explicaré a continuación.
De modo que allí estuvimos, varios zamoranos comentando lo de las violaciones de nuestra tierra, y a todos nos latía la furia en las sienes. Hablamos de viejas anécdotas, de chicas que antaño nos contaron ataques, enumeramos las calles y los rincones de la ciudad donde nadie, ni siquiera un hombre, debería pasear solo. Entramos, primero, en El Buscón, un local regentado por camareros jóvenes y españoles y decorado en plan castizo. Es un sitio que me encanta y no es la primera vez que piso su interior. Sin embargo, al poco nos marchamos: podemos aguantar la decoración ibérica, y hasta nos gusta, pero toda la retahíla de pasodobles y tonadas folclóricas que sale de los altavoces para entretener a los extranjeros, acaba convirtiéndose en insoportable. Nos metemos en una cervecería restaurante, cuyas mesas y barras atienden unos cuantos sudamericanos amables; pero al rato tenemos que abandonar porque las rancheras, o lo que diablos sea lo que han puesto en el equipo de música, desquicia a cualquiera.
Finalmente, podemos conversar bien en O’Neills. Una cervecería tan amplia que parece un laberinto, con dos pisos, varias barras de madera, pasillos y escaleras, mesas y sillas y taburetes. También está consagrado a los guiris, con preferencia por la clientela joven de procedencia británica y alemana. Lo sé porque voy a menudo, o cuando puedo. Música anglosajona, ornatos anglosajones, libros en las vitrinas con títulos sobre canciones irlandesas y tradiciones inglesas. No es raro ver, en una noche de sábado, el local lleno de bigardos que hablan en inglés o en alemán y pegan voces y se dan rudas palmadas en los omoplatos y cantan a coro los temas populares de Coldplay, Oasis y Blur, y mientras tanto sostienen enormes jarras de cerveza rubia o negra. Suelen ser muy ruidosos, pero se sienten como en casa. Nosotros también, quizá gracias a la música. Nuestra cultura musical es otra, qué le vamos a hacer: desecha los pasodobles, las rumbas, la salsa, la bachata y toda esa música de merengue y chiringuito. Los guiris mayores prefieren los bares que acabamos de dejar atrás.