La noticia más importante de los telediarios estivales, la noticia con la que abren a veces sus ediciones de sobremesa, el tema al que dedican entrevistas callejeras y reportajes de investigación y consultas con expertos, suele ser el calor. Que hace calor en verano. Que hace mucho calor. A mí me habían enseñado en la facultad que, en julio y en agosto, un bochorno brutal no era noticia, no era la excepción, sino la norma. No comprendo por qué en invierno, en mitad de enero, no abren los telediarios diciendo que la cosa está falta y hace mucho frío, enchufándole el micrófono a la gente, para que diga que sí, que hiela en todas partes y que combate dichas heladas mediante abrigos, bufandas y caldos de pollo. O sí lo sé: que en julio y agosto hay sequía de noticias (por las vacaciones de los políticos, la desidia veraniega, la frivolidad propia de la época, la falta de exposiciones y espectáculos, el letargo del mercado), y les toca tirar de lo más sencillo: salir a la calle y comprobar que el sol pega duro.
Me paseo por los telediarios y se me revuelve el estómago. El mundo va de culo, pero la cabecera de los informativos consiste en un análisis del calor. Ya lo mencioné de pasada en un artículo, pero hoy quiero entrar a fondo en el tema. Lo peor no son esas cabeceras de los telediarios, sino las entrevistas a quemarropa o a quemaboca que les hacen a los transeúntes. Las preguntas, obvias y patéticas: “¿Usted tiene calor?”, “¿Qué opina de estas temperaturas?”, “¿Cómo combate el calor en la playa?”. Las respuestas, del mismo pelo: “Pues sí, mire usted, es que hace mucho calor y así no se puede estar”, “Uy, hija, la calor a mí me marea, ¿qué voy a opinar?”, “Pues en la playa bebo agua, beber mucha agua, sí, y también me meto con la mujer bajo la sombrilla y, de vez en cuando, pues nos bañamos, ¿sabe usted?”. Este es el país en el que vivimos.
El colmo fue en un informativo del lunes. A un equipo de reporteros le dio por ir a una obra de Madrid, a entrevistar a los peones. Uno de ellos, cuando le preguntaron por el sol que le cae encima mientras está currando, ganándose los garbanzos en un infierno de cemento, grúas, polvo y botijos, contestó (no es literal): “Sí, aquí hace mucho calor, cuando estás trabajando, y no hay quien resista con este calor, y es lo que hay, que hace mucho calor”. Pero, ¿qué esperaban que contestara el buen hombre? A preguntas obvias, respuestas obvias. Aún fue peor cuando salió la experta de turno. Consejos de la experta: “El obrero debe llevar al trabajo una garrafa de dos litros de agua, tenerla junto a él y beber cada poco, hasta que se la acabe. Es la cantidad recomendada”. ¿Acaso nos hemos vuelto locos? Decirle a un currante de obra, que lleva años enfrascado en sus labores constructoras, sufriendo altas y bajas temperaturas, cómo tiene que hidratarse es tan ridículo como recordarle a un nadador profesional que debe sacar la cabeza del agua, cada poco, para tomar oxígeno. Alguien saldrá diciendo que un obrero murió hace días. Sí, de acuerdo: pero aquel hombre trabajaba en un infierno más duro, o sea, en un horno industrial. Menos mal que, durante el reportaje de los obreros, le preguntaron a un currante negro. Con sus palabras y media sonrisa en la cara puso los puntos sobre las íes. Llevaba el casco ladeado, como si fuese la gorra de rapero, y flipaba con la pregunta, tras venir de África, donde soportan un sol más terrible que el nuestro y no los sacan en la tele por eso, y donde no sólo se los come el calor sino también las moscas, y dijo algo como: “Sí, bueno, hace mucho calor, aquí, pero hay que ganarse la vida, hay que comer, hay que trabajar, ¿no?”. ¿Alguien se imagina a un reportero preguntándole a un esquimal cómo aguanta trabajar con ese frío?