Acabo de leer que el Gobierno de Zapatero va a respetar el Valle de los Caídos por ser “lugar de culto” de la Iglesia Católica; y de la derecha más rancia, añadiría yo. Todo esto guarda relación con el famoso anteproyecto de la “ley de extensión de derechos a los afectados por la guerra civil y la dictadura”. El Valle de los Caídos, cuyo escultor murió hace unos veinte días, es hoy un sitio al que peregrinan los turistas para hacerse la foto y los carcas franquistas a los que aún les entra el calentón (con sus diversos significados, sí) cuando ven la cruz a un palmo de sus narices y entran en ese sitio donde duermen el sueño de los justos y de los injustos dos de sus gloriosos, ejem, héroes. A mí, ya lo dije aquí alguna vez, me parece que se debe conservar todo como está, dado que es una huella de la historia; aunque sea de una de las historias más tristes de esta España tan empapada en la salsa de la sangre, el odio y la envidia. Eso sí, colocaría un cartel en la entrada del Valle que rezara “Museo de los horrores”, pues sólo de ese modo pueden calificarse las infamias y las tumbas donde anidan los dictadores. Parece que Izquierda Unida no está de acuerdo con estas premisas, dado que no habría reconversión del Valle de los Caídos. No creo que esté de acuerdo, tampoco, el Partido Popular, porque su oposición se basa en el no, el no a cuanto diga el contrario. Y ese es el problema de Zapatero, que quiere quedar bien con todo el mundo y eso no siempre es posible: a veces hay que mojarse.
Un amigo mío está empeñado en que visitemos el Valle de marras, y supongo que, al final, me convencerá. Él es más rojo que la sangre que fluye, pero le gusta visitar de vez en cuando ese sitio de escalofrío porque ama la historia en general y las historias derivadas de la guerra civil en particular. Lo conozco. El sitio, digo. Ya les conté que, de niño, los mandamases de la escuela nos llevaron de excursión allí. Mi colegio (entonces, no sé ahora) pertenecía a esa derecha rancia que citaba al principio, y por esa razón nos llevaban a visitar el Valle de los Caídos y por esa razón algunos profesores nos arreaban sopapos y collejas y azotes y nos daban tirones de patillas: la letra con sangre entra, etcétera. El caso es que sí, que al final volveré, a ver si supero el miedo que me entró la primera vez, de crío, un temor que no tenía relación con la historia ni con los muertos ni con los dictadores, sino con la altura de la cruz, la majestuosidad siniestra de sus estatuas y el vacío del sepulcro. Supongo que hoy día no sólo me desagradarán esos iconos, sino también cuanto hay detrás. Lo único que temo es que, con el escalofrío, se me aflojen los esfínteres y tenga que quitarme de encima lo que le sobre al organismo en ese instante, o sea, y para que me entiendan, que tenga que hacer de cuerpo, como se decía antes, en la misma losa del enanote cabezón.
Y que me perdonen los abuelos cebolleta, aunque la facultad para el perdón no sea una de sus virtudes, pero viene al caso comentar cómo ven hoy día las nuevas generaciones al pequeño caudillo. No lo ven como el gran individuo que nos pintan una y otra vez los nostálgicos de la dictadura, sino todo lo contrario: un fantoche de otros tiempos. Basta con darse una vuelta por internet y ver el conglomerado de chistes y montajes que lo tienen a él de protagonista. Provocan mucho regocijo. Hablaba el otro día de YouTube, la web de los vídeos. Pues bien: allí han colgado un documento en el que el generalísimo habla en inglés. Su pronunciación es de este pelo: “Zanks tu di zousan of sou ju folou ai güan muviman”. Impagable.