El viernes pasado apuñalaron a una mujer en pleno centro de Madrid. A la luz del día, a media tarde. Una prostituta ucraniana de treinta y tantos años, a la que clavaron el cuchillo unas catorce veces. Ya ni siquiera se cometen los crímenes por la noche, cuando los asesinos se amparan en el anonimato que confieren las sombras y los callejones. Algo que sabía de sobra, cuando el verano anterior vi desde mi ventana una reyerta en la que un fulano empuñaba un machete. A la mujer le dieron pasaporte en una de las zonas más concurridas de la capital. Justo al lado de la Gran Vía. Una zona que conozco muy bien, ya que, en la niñez y en la adolescencia, cuando viajaba a Madrid con mi familia, dejábamos el coche en el aparcamiento subterráneo de la plaza. Siempre me provocaba temor. Es la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta. Donde los famosos Cines Luna. Está cerca de Callao, y de otras calles que conozco de sobra por mis frecuentes visitas: la de la Luna, repleta de tiendas de cómic y de carteles y postales de cine, que constituyen un auténtico filón para el aficionado; la de la Madera, donde tiene su sede la editorial Páginas de Espuma, con cuyo editor tengo cierta amistad; la del Pez, donde, en uno de sus garitos, hace años presenté una novela; y unas cuantas vías más abajo está la calle de Los Libreros, donde se supone que uno puede encontrar cualquier libro que se proponga, lo cual no es cierto. No obstante, las informaciones que he recogido de la prensa son contradictorias: cada periódico le asigna una edad distinta a la víctima y, en unos nos cuentan que se dedicaba a la prostitución y, en otros, que no era prostituta. Por eso conviene leerse varios diarios, para contrastar las noticias, su enfoque y sus fuentes.
Dicha plaza atrae a los alcohólicos, a las prostitutas, a los drogadictos, a los indigentes, a los navajeros. Siempre que la he atravesado (procuro hacerlo lo menos posible, aunque hace una semana pasé casualmente por allí) he visto gente dormida en el suelo, hombres trapicheando y luego colocándose, tipos enfangados en discusiones y peleas, malas caras, individuos de mal vivir. Y botellas rotas, ropa tirada, cartones y mantas raídas. No es precisamente el paraíso. Tras la muerte de la mujer algunas personas hicieron algo insólito o poco frecuente: persiguieron al responsable hasta darle caza. He visto incluso fotos. Así facilitaron la detención. Y demostraron tener muchas agallas. Después de toparse con un jayán haciéndole cremalleras a una chica, vamos a ver quién es el guapo que se pone a perseguirlo. Por fortuna, el agresor tiró el arma antes de huir.
Los miembros de la Asamblea Ciudadana del Barrio Universidad han rodado un video para demostrar que aquello es la selva, una de las peores junglas de la ciudad. En el video, colgado en la red, vemos a tíos chutándose, a hombres tirados en el suelo, a gente empujándose. Una delicia, vaya. También han pedido al presidente del Gobierno que aumente el número de policías para la ciudad. Y la Federación de Comerciantes y Vecinos del Centro de Madrid ha reclamado una campaña “integral y urgente” para acabar con la inseguridad ciudadana del centro de la ciudad. Las zonas más inseguras, dicen, son Lavapiés, Montera, el barrio de Universidad y la plaza de Santa María, de la que estamos hablando. Lo cierto es que resulta muy difícil, si no imposible, darse un paseo por la capital sin temor al sobresalto. Reconozco que, cada vez que salgo, voy mirándolo todo (y a todos) con mil ojos. Ni siquiera me fío de mi sombra, no vaya a ser que le dé por atracarme.