Terminé la lectura del libro “Ratas”, de Robert Sullivan, subtitulado “Cuatro estaciones entre los vecinos menos queridos de Nueva York: su historia y su hábitat”, y lo hice entre picores y cierto desasosiego. Varias de las anécdotas y cifras que ofrece Sullivan empujan a la inquietud. El autor repite que las ratas siempre viajan con el hombre, y que conviven junto al hombre, aunque unos metros por debajo de su emplazamiento, y que son grandes viajeras y estupendas colonizadoras. El problema es que no solemos verlas y, a menudo, pensamos que lo que uno no ve a diario no existe. Sullivan trazó un plan en su estudio o ensayo sobre la rata común o de cloaca: cada noche se sentaba en una silla plegable, con un cuaderno de notas y unos prismáticos con infrarrojos, y aguardaba pacientemente a que los roedores de dos sucios e infames callejones de Nueva York, Edens Alley y Ryders Alley, salieran en masa a cenar de las descomunales bolsas de basura de los restaurantes de comida rápida y de los bares cuyas puertas traseras se abrían hacia allí. Anotó que se dedicaban a comer, a aparearse y a excavar agujeros (básicamente, las tres actividades a las que consagran su tiempo algunos políticos, aunque amparados por el lujo y la legalidad).
Después de leerlo me pregunto si en los últimos meses he topado con noticias de contenido ratuno. No, así que entro en Google, herramienta necesaria de búsqueda, a la que ahora, merced a su éxito, le han salido críticos que, por supuesto, también la utilizan. En Google Noticias escribo, en la casilla de búsquedas, el término “Ratas”. Y aparecen demasiados titulares asociados a la plaga de estos roedores. Aquí van algunos ejemplos, espigados de las noticias relativas a España: “Los vecinos se quejan de malos olores y de las ratas” y “Quejas por un nido de ratas en pleno centro”, en Alicante; “Vecinos de un municipio leonés reciben una tonelada de veneno contra las ratas”; “Plaga en las chabolas”, en Avilés; “Intensifican el control de ratas en torno a las obras” y “El PSOE advierte de la presencia de ratas en la playa”, en Granada; “Ratas en el estanque”, en San Sebastián; “Colocarán veinticuatro mil cebos para combatir a las ratas”, en Vigo; “Exigen un plan contra las ratas en la M-30”, en Madrid; “Padres de un colegio de la avenida de Francia critican la proliferación de ratas en el patio”, en Valencia; “Una población estable de sesenta mil ratas habita en Getxo”, en Vizcaya; “Ratas como conejos”, en Mérida. Y no menciono la invasión de Buenos Aires. Siempre están presentes, pero no van en la cabecera de los diarios.
El libro, magníficamente documentado y en el que se incluyen conversaciones con exterminadores y numerosos datos históricos, me ha intentado activar la memoria. Trato de recordar las que he visto por calles y callejuelas de Zamora. Años ha pillé una, gigante y torpona, bajando por Los Herreros. Las más hermosas, sin duda, en cuanto al tamaño, son las que vislumbraba (también hace años) en la Calle Magistral Romero y los alrededores de las Cortinas de San Miguel. No quiero decir que no las hubiese en otros sitios, pero entonces vivía cerca de allí y muchas noches atravesaba esas calles, y las ratas que asomaban de las alcantarillas pesaban sus buenas arrobas y producían cierto espanto. Eran otros tiempos: cuando las bolsas de basura no se introducían en los contenedores sino que se apilaban en el suelo, en torno a los árboles, las esquinas y las farolas, muy próximas a los desagües. En Zamora hubo campaña de desratización entre finales de febrero y principios de marzo. Las del río son otro asunto: parecen incluso simpáticas. No significa que lo sean.