Hoy, en Madrid, se celebra La Noche de los Libros. La nota de prensa al respecto la encabezan estas palabras: “Es una celebración sin precedentes en la que se darán cita en una jornada de sólo nueve horas ciento treinta escritores, músicos, artistas, actores nacionales e internacionales que participarán en más de doscientos actos”. Las librerías abrirán hasta medianoche, y han programado encuentros con autores (también hacen descuentos del diez por ciento, y confieso sin rubor que esa es la posibilidad que más me interesa). En las bibliotecas habrá recitales y conciertos de jazz. Se completa el cuadro con tertulias en algunos cafés, proyección de películas, funciones de teatro, fiestas, conferencias y debates. Significa esto que medio Madrid andará volcado en estos quehaceres literarios, o de homenaje literario, si es que el evento funciona y la gente se interesa y acude. Los actos comienzan a las cinco de la tarde y terminan a las dos de la madrugada.
Le he echado una ojeada al calendario de actos y me parece muy nutrido para las pocas horas que abarca. Pero no sé si acudiré a alguno de ellos. En estos homenajes literarios se corre un riesgo, y es que te presentes como espectador con toda la ilusión del mundo y junto a ti sólo haya un fulano que entró a dormir, un colega del homenajeado, su novia y el tío de la guitarra. El acto, claro, acaba siendo el mismo, con público o sin él, pero a uno le da vergüenza ver cómo al autor le toca hablar para las paredes, o al músico tocar para el techo del local. De momento, lo que me más me atrae es la conferencia del escritor portugués António Lobo Antunes, cuyo “Libro de crónicas” (hay un segundo volumen, pero todavía no lo conozco) constituye una lectura sabrosa. Anoto que todo el tinglado corresponde a la Comunidad de Madrid.
Pero permítanme que dude un poco de estos actos. Suelen hacerse como fomento de la lectura y homenaje al libro. Y, al menos en el primer caso, me temo que no funcionan mucho. Al tipo al que no le gusta leer le importa un carajo que su cantautor favorito, o la presentadora de televisión a la que admira, o el actor de moda, lea unos párrafos de una obra, de cualquier obra. Probablemente al salir de la sala se le olvidarán los fragmentos leídos, y sólo recurrirá a las librerías y a las bibliotecas si de verdad está interesado en la literatura y es un lector serio, con inquietudes. Habrá ido allí para ver cara a cara a su ídolo, o a quien admira. Si eliminamos de la ecuación el fomento de la lectura, nos queda un programa dedicado a quienes sentimos debilidad por las letras. Y, entonces, creo que el mejor homenaje consiste en quedarse en casa leyendo un libro, o involucrarse en actividades en las que uno lea y otros escuchen. Tenemos, de ejemplo, la lectura colectiva y en voz alta de “Don Quijote de la Mancha” que se viene haciendo en numerosas ciudades y gracias a la iniciativa de las bibliotecas, círculos y salas culturales. Esa iniciativa me parece oportuna, y al menos flotan las palabras en el aire y las personas leen. Ojalá no acierte, pero insisto en que a muchos de esos actos van cuatro y el apuntador, salvo que los literatos convocados sean muy conocidos o apenas se dejen ver en público. Y repito que el homenaje más certero a un libro es quedarse en casa (o sentado en un parque) a leerlo. Ya veremos, y me pensaré si voy de oyente a alguno. Para el viernes está La Noche de Max Estrella, y a esto puede que me apunte: es un recorrido por los escenarios de “Luces de bohemia”, y se recitan pasajes de la obra, se tapea y se bebe vino, reviviendo a Ramón del Valle-Inclán, ahora que se cumplen setenta años de su muerte.