Esto del favoritismo (elegir tu canción favorita, libro favorito, película favorita, disco favorito, palabra favorita) me parece una costumbre complicada. Quiero decir que una de las cosas más difíciles en este mundo es decidirse por algo.
En Inglaterra acaban de hacer una encuesta en la que los espectadores de una cadena de vídeos musicales han elegido la mejor letra de una canción de la historia. La ganadora, según leemos, fue “One”, de U2. A mí, lo digo ahora antes de que nos demos a los equívocos, me da lo mismo quién se lleve el primer puesto en estas encuestas, pero también apuntaré que da la casualidad de que “One” es una de esas canciones que pondría en mi lista de favoritas, si la hiciera. Por su letra, sí, desde luego, pero también por su melodía. En un tiempo, o sea cuando apareció el disco que la contiene, la aprendí de memoria. Antaño me costaba arduos sacrificios y penalidades saberme las lecciones de clase, pero en cambio tenía facilidad para memorizar las letras de las canciones inglesas y españolas, los diálogos de las películas y los fragmentos de algunos libros. Pero prosigamos con la encuesta: en la lista de las diez más votadas aparecen temas de Bob Marley, Coldplay, Marvin Gaye, Bob Dylan, The Police o David Bowie. Se echan en falta muchos grupos y cantantes, con canciones míticas: The Rolling Stones, Led Zeppelin (una vez me aprendí su “Stairway to Heaven”), Leonard Cohen, The Beatles, Tom Waits, Bruce Springsteen, etcétera. Esto de las elecciones es muy complicado y me resulta imposible decidirme por una única canción y una única letra. Pero hubiera deseado que en el primer puesto estuviese Dylan. No digo que sus canciones sean las mejores de la historia, pero es posible que sus letras sí lo sean. Al fin y al cabo estamos hablando de un poeta, de alguien que, según Sam Shepard, “Se ha inventado a sí mismo. Se ha hecho a sí mismo desde cero”.
Otra de las encuestas célebres de estos días es la que ha puesto en marcha la Escuela de Escritores (cuya taller y sede, aunque no venga al caso, me queda casi a tiro de piedra del piso), para que conocidos y desconocidos elijan su palabra favorita. Se trata de un homenaje literario, de cara al Día del Libro. He echado un vistazo a las escogidas por los invitados especiales o famosos. Algunas me parecen demasiado típicas y otras demasiado raras. Me gustan especialmente las opciones de Jorge Eduardo Benavides (“desasosiego”) y Mariano Rajoy (“palabra”), quien me ha sorprendido gratamente: su elección no es muy original, pero demuestra sabiduría y buen gusto. Las encuestas sobre favoritos me ponen nervioso. A veces he intentado hacer listas con mis libros preferidos, o mis películas, o mis discos, y a ellas se iban incorporando unas tras otras, hasta formar un monstruo que no se reducía ni siquiera a diez candidatas; y eso sin contar con los olvidos. Me entusiasman demasiadas palabras como para preferir una. Lo he intentado y no lo consigo. Pero puedo dar algunas, una idea aproximada de mis gustos, si es que a alguien le interesan. Dependiendo de su sonoridad, ahí van quince: abalorio, herrumbre, acantilado, ferroviario, barjuleta, mendigo, espectro, blasfemia, insomnio, onicofagia, noctámbulo, fúnebre, diagnóstico, penumbra, fantasmagórico. O de su significado, otras tantas: orvallo, sangre, sacrificio, niebla, silencio, seno, literatura, crepúsculo, prodigio, liviano, corazón, felino, máscara, viento, libertad. Curiosamente, muchas de las palabras que mejor suenan en castellano representan cosas oscuras, mortuorias o malditas. Si nuestra vida dependiera de tres o cuatro palabras, escogería, claro: tierra, aire, agua y fuego.