La Noche de Max Estrella, en su novena edición, comenzaba a las siete de la tarde del viernes pasado. Llegamos unos minutos tarde a Casa Ciriaco, lugar desde el que arranca la procesión laica de bohemios que exhuma el recorrido de Max Estrella y Don Latino por los rincones de Madrid en “Luces de bohemia”, de modo que nos perdimos la bienvenida a los peregrinos y la glosa de Gerardo Vera. Había cola ante las puertas de dicho establecimiento y, cuando logramos entrar, nos sirvieron un vino tinto y una tapa, de manera gratuita y para iniciar el evento con la garganta embravecida. Casa Ciriaco está situada en la Calle Mayor, y desde allí la comitiva se inmiscuye en calles antiguas y muy surtidas de librerías. Íbamos al trote, por culpa de nuestra tardanza, y no escuchamos el lance dialéctico en la calle de Santa Clara. Alcanzamos a los bohemios y curiosos en el número sesenta y uno de la Calle Mayor, donde Ernesto Caballero y Eduardo Pérez-Rasilla loaron a don Pedro Calderón de la Barca y a don Lope de Vega. Uno había imaginado unas treinta personas, o así, y en cambio se topó con un mar de cabezas y un bosque de paraguas, pues toda la tarde cayó una fina lluvia. Los autores se subían a una escalera de unos tres peldaños y hablaban por micrófono. En varias ocasiones el micro y los altavoces fallaron, recordándonos que sí, estábamos en España. Por allí pululaban actores, dramaturgos, críticos, poetas, escritores.
A la cabeza del desfile iba el autor teatral Chatono Contreras, barba boscosa, boina negra, manos de ogro, ojos de bueno, meneando una campana para convocar al gentío. Oficiaba de maestro de ceremonias otro autor, Ignacio Amestoy, hábil, irónico e ingenioso en las presentaciones. La siguiente pausa fue en el Pasaje de San Ginés, a las puertas de cuya Chocolatería nos convidaron a otro vino en vaso de plástico. Habló allí Itziar de Francisco. Regresamos a la Calle Mayor. Alucinaban los guiris que nos veían circular en masa, sujetando vasitos, con un hombre dándole a la campana, dos señores sujetando altavoces con antena, personas portando libros y folios. Al llegar a Sol, Mercedes Lezcano leyó algunos pasajes de “La novela de un literato”, de Rafael Cansinos-Asséns, aquellos donde describe a don Ramón del Valle-Inclán. Esas palabras de Cansinos nos hicieron alcanzar la embriaguez literaria. Todos escuchábamos en silencio, y a la muchedumbre se iban incorporando los curiosos, los que llegaban tarde y cuatro o cinco descerebrados que asomaron el cuezo, vieron que no regalaban nada y que cuanto allí se cocía no era rap, sino literatura, y se esfumaron. Nos trasladamos frente a la Casa de Correos, donde el escritor Ramón Irigoyen recreó en sublime prosa la reyerta entre Valle y Manuel Bueno. A continuación abrieron al público las puertas de dicha Casa, sede de la Comunidad de Madrid. Al Consejero de Cultura le tocó soportar los cargos y descargos hacia la política municipal.
Nosotros nos adelantamos a comer unas patatas en Las Bravas, en el Callejón del Gato, donde Francisco Blanco recreaba otro pasaje de la obra. Se ofreció un vino blanco a los asistentes. En la Plaza de Santa Ana, frente al Teatro Español y ante la estatua de García Lorca, Jorge Urrutia hizo una crítica del lamentable panorama teatral español. Las próximas paradas fueron en la casa de Valle-Inclán en el Ateneo de Madrid (frente a la Iglesia de la Cienciología) y más tarde bajo la estatua de don Miguel de Cervantes, a un paso del Congreso de los Diputados. La procesión terminaba en el Círculo de Bellas Artes, pero la lluvia nos disuadió de dar los últimos pasos y nosotros, ya satisfechos del evento, fuimos a tomar un canapé a Los Gatos.