Aquella pareja entró en uno de los restaurantes de comida rápida de la cadena Wendy’s, creada en el año sesenta y nueve por un tipo llamado Dave Thomas, quien inventara también la Fundación Dave Thomas para la Adopción. Un restaurante de San José, en California. En el menú había hamburguesas de diversos tamaños, ensaladas, patatas al horno, postres y chili o chile, entre otros alimentos. Según la publicidad de la empresa, en la cocina de sus garitos siempre hierve una olla a fuego lento, colmada de carne con chile. Dicha comida es cocinada con alubias rojas, condimentos, frijoles, cebollas y otros ingredientes. La mujer pidió uno de esos, y allí lo sirven dentro de una especie de vaso o taza de plástico. Poco después dijo haber encontrado, metido en el chile, un dedo. El dedo de una persona. Lo mordió un poco, sin darse cuenta (como afirmaría más tarde), y luego pegó un respingo, lo escupió y tuvo náuseas. El siguiente paso fue vomitar. La pareja se propuso indemnizar a la cadena.
Pronto esa chispa se convirtió en un incendio: creció el escándalo, la noticia recorrió el país, se especuló con la procedencia del apéndice que estaba metido en el chile con carne, y en los programas de televisión nocturnos comenzaron a circular bromas sobre dedos y menús. El dedo encontrado en la comida, sin embargo, no estaba hecho: no estaba cocinado, sino crudo. Lo cual era sospechoso. La empresa investigó entre sus empleados, por si alguno hubiera sufrido un accidente en la mano y la posterior amputación de un dedo. Por eso, algunas semanas después, tras realizar las oportunas investigaciones, la policía descubrió el pastel. Jaime Plascencia y su mujer, Anna Ayala, habían metido el dedo en la taza de chile para chantajear a la cadena de comida rápida. Un timo como otro cualquiera, que hemos visto en algunas películas americanas, cuando el protagonista timador decide introducir un insecto o una dentadura postiza en su plato, para que el dueño del establecimiento se disculpe, azorado y en público, y decida no cobrar el menú, e incluso regalar más platos y bebidas a quienes hallaron el insecto o los dientes. Algo similar a lo que le ocurrió a uno, hace años, en un restaurante chino de Madrid, en el que una amiga encontró en su arroz esa variante de cucaracha pequeña que tanto se estila en algunas cocinas; pero no fue ningún timo, y la cucaracha estaba achicharrada, como si la hubieran pasado por una silla eléctrica en miniatura. Nos invitaron a la comida, por supuesto.
Faltaba, no obstante, averiguar la procedencia del dedo, saber a qué persona pertenecía. La policía recibió la llamada de alguien que aseguraba tener información al respecto. Un compañero de trabajo de Plascencia se había cortado una falange, durante un accidente laboral. El tipo, Brian Paul Rossiter, dio su dedo a Plascencia, con objeto de saldar una deuda que había contraído con éste. Le debía cincuenta dólares, y el otro aceptó que le pagara con ese pedazo de carne, creyendo que sería un buen truco meterlo en un plato de comida de un restaurante y chantajear a los dueños. La cadena, Wendy’s, por culpa de la mala publicidad del caso, tuvo desde entonces unas pérdidas millonarias, y un descenso brutal en la credibilidad de su imagen de comida rápida. Plascencia y Ayala, en cuyos antecedentes se cuentan otros timos y demandas falsas, han sido condenados a nueve años de prisión. Al hombre, además, le han añadido de regalo tres años y cuatro meses por no pagar la pensión de los cinco hijos que tuvo con otra mujer. Ocurrió en EE.UU., donde proliferan los casos de ciudadanos que demandan a las empresas por chorradas, sólo para ganar una pasta.