Casi todas las semanas alguna noticia respecto a mi ciudad natal sale del ámbito de la provincia y recorre los medios nacionales. Suelen ser malas noticias, principalmente para quienes nacimos, o hemos vivido, o vivimos, allí. Basta echar un vistazo a la prensa. Habrá quien llame a esto “pesimismo”; pero no confundamos las cosas: esto es “realismo”. Aún diría más: “realismo trágico”. Y, si analizamos actitudes políticas relacionadas con aquella tierra, tendríamos que decir: “surrealismo”. No es pesimista calificar Zamora de trágica, olvidada y herida.
Veamos algunas de esas noticias. Supresión de los dos trenes semanales que hacían el trayecto de ida y vuelta a Barcelona, argumentando la empresa ferroviaria la escasa ocupación de ambos. Como consecuencia de esto pierde la conexión directa con Burgos y Palencia; y, leemos: sólo hay enlaces directos, sin necesidad de transbordos, con Valladolid y Ávila. Sigamos. Porque la ciudad, nos acaban de revelar las estadísticas, es la segunda provincia con mayor descenso de población. La otra es Palencia. Se refieren al año pasado. El mayor aumento de población del país lo registra Madrid, lugar al que llegan tantos emigrantes con sus maletas repletas de esperanza. Otra noticia fresca: una empresa de tabaco cerrará dos de sus fábricas. Una en Cáceres. La otra, ¿adivinan? Acertaron: en Benavente (donde hace tiempo le pusieron el candado a una azucarera). Lo cual significa despidos, pérdidas de dinero y, posiblemente, más maletas nuevas para quienes les toque buscarse un empleo en otra parte. La cosa no termina aquí. Aún hay más noticias, como ésta: la provincia mantiene la tendencia al aumento del sida en un cuatro por ciento anual. O ésta otra: los agricultores han tenido que manifestarse para protestar por la subida del gasóleo agrícola. Y, por supuesto, los escándalos en torno al legado de León Felipe. Pero conviene detenerse aquí y no tender más titulares. También es cierto que tenemos buenas noticias. Aunque en el caso que nos ocupa no me refiero a las noticias que aparecen en los medios locales, sino las que traspasan las fronteras de la provincia. Uno, un suponer, va a la sección de actualidad de Google, y escribe el nombre de la ciudad, y lee los titulares recientes que aparecen, y su ánimo termina rozando la depresión. Casi todo es desfavorable. Quizá porque las noticias malas venden más que las buenas.
Años atrás, un profesor al que entonces admiraba me dijo: “Me marcho de la ciudad. Esto ya no da más de sí”. Recuerdo ahora que mi ingenuidad me condujo a pensar que aquel hombre estaba equivocado, que su actitud era pesimista o vencida y bla bla bla. No obstante, el propio paso del tiempo le va dando la razón a aquel hombre: si nos descuidamos, esto ya no va a haber quien lo levante. La provincia, no me cansaré de repetirlo, es una herida abierta por la que escapan muchos de sus habitantes (jóvenes y en busca de trabajo y un futuro digno), y esa sangre la reciben y la transforman en beneficios las ciudades como Madrid. La provincia se parece a uno de esos púgiles que están destinados a aguantar los puñetazos del campeón, que se ejercita en este tipo de combates falsos para lucirse y seguir ganando puntos y celebridad y beneficios. Lo que ocurre, si conocen los entresijos del boxeo, es que un día el púgil ya no aguanta más y cae roto y agotado, no sólo en ese asalto, sino para siempre. Y piensa, mientras se desvanece: “Hala, que se busquen a otro para encajar los golpes”. Menos mal que aún queda allí alguna gente, poca, con espíritu de lucha.
Veamos algunas de esas noticias. Supresión de los dos trenes semanales que hacían el trayecto de ida y vuelta a Barcelona, argumentando la empresa ferroviaria la escasa ocupación de ambos. Como consecuencia de esto pierde la conexión directa con Burgos y Palencia; y, leemos: sólo hay enlaces directos, sin necesidad de transbordos, con Valladolid y Ávila. Sigamos. Porque la ciudad, nos acaban de revelar las estadísticas, es la segunda provincia con mayor descenso de población. La otra es Palencia. Se refieren al año pasado. El mayor aumento de población del país lo registra Madrid, lugar al que llegan tantos emigrantes con sus maletas repletas de esperanza. Otra noticia fresca: una empresa de tabaco cerrará dos de sus fábricas. Una en Cáceres. La otra, ¿adivinan? Acertaron: en Benavente (donde hace tiempo le pusieron el candado a una azucarera). Lo cual significa despidos, pérdidas de dinero y, posiblemente, más maletas nuevas para quienes les toque buscarse un empleo en otra parte. La cosa no termina aquí. Aún hay más noticias, como ésta: la provincia mantiene la tendencia al aumento del sida en un cuatro por ciento anual. O ésta otra: los agricultores han tenido que manifestarse para protestar por la subida del gasóleo agrícola. Y, por supuesto, los escándalos en torno al legado de León Felipe. Pero conviene detenerse aquí y no tender más titulares. También es cierto que tenemos buenas noticias. Aunque en el caso que nos ocupa no me refiero a las noticias que aparecen en los medios locales, sino las que traspasan las fronteras de la provincia. Uno, un suponer, va a la sección de actualidad de Google, y escribe el nombre de la ciudad, y lee los titulares recientes que aparecen, y su ánimo termina rozando la depresión. Casi todo es desfavorable. Quizá porque las noticias malas venden más que las buenas.
Años atrás, un profesor al que entonces admiraba me dijo: “Me marcho de la ciudad. Esto ya no da más de sí”. Recuerdo ahora que mi ingenuidad me condujo a pensar que aquel hombre estaba equivocado, que su actitud era pesimista o vencida y bla bla bla. No obstante, el propio paso del tiempo le va dando la razón a aquel hombre: si nos descuidamos, esto ya no va a haber quien lo levante. La provincia, no me cansaré de repetirlo, es una herida abierta por la que escapan muchos de sus habitantes (jóvenes y en busca de trabajo y un futuro digno), y esa sangre la reciben y la transforman en beneficios las ciudades como Madrid. La provincia se parece a uno de esos púgiles que están destinados a aguantar los puñetazos del campeón, que se ejercita en este tipo de combates falsos para lucirse y seguir ganando puntos y celebridad y beneficios. Lo que ocurre, si conocen los entresijos del boxeo, es que un día el púgil ya no aguanta más y cae roto y agotado, no sólo en ese asalto, sino para siempre. Y piensa, mientras se desvanece: “Hala, que se busquen a otro para encajar los golpes”. Menos mal que aún queda allí alguna gente, poca, con espíritu de lucha.