lunes, noviembre 07, 2005

Vientos de agua (La Opinión)

El jueves, por la tarde y por la noche, estuvieron rodando una secuencia en la calle en la que vivo. Me dice mi madre que no hable tanto del barrio en el que me muevo, pero es que aquí hay tanto material de escritura, y tan rico, que supone una veta de oro para quienes escribimos: simplemente con asomarme a la ventana o dar un paseo topo cada día con docenas de historias distintas. Pero continuemos: hace semanas que, andando por el barrio, veo equipos de rodaje, técnicos y extras, vallas y cableado. Sin embargo, hasta aquella tarde de jueves no supe qué rodaban, ni quien dirigía el cotarro, ni si los actores eran famosos o no. Al parecer se trata de una serie de televisión, a estrenar a principios del próximo año. No es una serie cualquiera: la dirige Juan José Campanella, director, entre otras, de “El niño que gritó puta” y “El hijo de la novia”. El reparto es contundente: Héctor y su hijo Ernesto Alterio, Eduardo Blanco, Joan Dalmau y las guapísimas Angie Cepeda, Marta Etura y Silvia Abascal. Los Alterio interpretan al mismo personaje, en su juventud y en su vejez: un hombre que emigra de Asturias y se va a Argentina. Años después su hijo viaja a España y se establece en Madrid, donde contacta con otros inmigrantes en su misma situación.
Al hijo que se establece en nuestro país y busca trabajo lo interpreta el siempre eficaz Eduardo Blanco. Lo recordarán por sus papeles de amigo y consejero de Ricardo Darín en “El mismo amor, la misma lluvia”, “El hijo de la novia” y “Luna de Avellaneda”. Es ese tipo alto y divertido que sabe pasar de la comedia al drama en un segundo, con tan sólo un par de visajes del rostro. Sus interpretaciones, al menos las que uno ha visto, están repletas de optimismo. Él y Darín, otro gran actor, suelen tener bastante química en la pantalla. La secuencia que observé tenía de protagonista a Eduardo Blanco. En el cine y en la televisión, no descubro nada nuevo, el equipo puede estar horas y horas inmerso en la resolución de un par de planos. Pasé varias veces por la calle: primero, en torno a las siete y pico, a hacer un recado; después, al regresar unos minutos más tarde; cerca de las ocho me fui al cine y los técnicos seguían allí; al volver, alrededor de las diez y media de la noche, continuaban en el mismo sitio. Cuando en Zamora rodaron, en los ochenta, “Los paraísos perdidos”, aprendí lo largos y tediosos que son los rodajes. Fui a ver a Alfredo Landa y a Charo López haciendo una escena en la esquina de La Farola y terminé aburrido de ver las repeticiones. Por eso, ahora, me conformo con ver dos veces el rodaje de la escena, y luego me voy.
Eduardo Blanco está sentado en la acera y la cámara enfoca su rostro y lo que hay al fondo. Esa es la primera escena que observo. La segunda es cuando su personaje camina calle abajo. Los extras (una señora, un hombre, una chica) se cruzan en su ruta y pasan alrededor de él. La cámara le sigue. Entra en una tienda de la esquina, y aquí algo me choca: se trata de esa tienda, regentada por un africano simpático, de la que hablé hace tiempo, y que se llama Hermano o Mi Hermano, o algo así, pero advierto que han disfrazado al comercio. Han puesto a un matrimonio de chinos tras el mostrador y han cambiado el letrero de la fachada, en el que leemos Xin Jiang. Así es el cine, capaz de maravillas y engaños. Entre las personas que rodean al actor entre plano y plano busco al director. Suele ser fácil: es el señor que grita “Acción” y “Corten”. Tiene barba y su cara me suena. El problema es que, cuando asistí a esa parte de la filmación, aún no sabía qué estaban rodando. Al llegar a casa lo busco en internet. El señor de barba era Campanella, uno de los mejores directores de Argentina.