Cada mañana, cuando quienes vivimos fuera de Zamora escudriñamos las noticias sobre la ciudad en la red, esperamos que suceda algo que cambie las cosas. Algo que nos haga pensar: “Bueno, parece que a partir de ahora levantamos cabeza”. Pero no es así, y uno se deprime cuando lee la prensa: proyectos eternos que no pasan de esa fase, ideas absurdas, parques ortopédicos, vueltas y más vueltas a la perdiz, repudio de cuanto huela a juventud, y un lento caminar hacia el establecimiento de la ciudad como un parque temático para ancianos. Normalmente, al leer los titulares, intento buscar algún tema para el artículo en esas noticias acerca de la provincia. Pero luego, tras la lectura de los mismos, me quedo apático: la ciudad prosigue su marcha hacia un futuro gris, y a nadie parece importarle, o los pocos que luchan para que aquello tome otro color están solos en su batalla.
Leímos que el Ayuntamiento, a través de la Concejalía de Servicios Sociales y de Mayores, cuenta con un proyecto (“pionero”) para establecer un parque de la tercera edad en La Marina. Es lo que faltaba en la ciudad. Nos vuelve a tocar ser pioneros. Siempre somos pioneros en planes que funcionan mal o no suponen atisbo de futuro. No es mi intención menospreciar a los ancianos, sobre todo cuando en la vida uno tiende a tomar como ejemplo a quienes entran en la tercera edad y aconsejan con su sabiduría a las generaciones más jóvenes. Pero confieso que hubiera sentido mayor alegría si hubiese leído, en el periódico, alguna noticia sobre un proyecto que sonara a futuro y a juventud, pues a menudo estas palabras van unidas y son necesarias para el desarrollo de una provincia. Ya sé que esto último parece una obviedad (y lo es), pero lo digo porque alguna gente no logra aprendérselo. Este y otros proyectos, como la idea de convertir la Plaza de Castilla y León en otro parque muy ajustado a los gustos y necesidades de la tercera edad, continúan empujando a Zamora hacia su extinción, hasta convertirla en la ciudad que los gobernantes y quienes les votan quieren: un asilo. No es raro que mucha gente quiera pasarse la juventud y la madurez en otras provincias y regresar a vivir a la ciudad una vez conseguida la jubilación. Por otro lado, entrar en la tercera edad no significa (no debería significar) que todo sean parques tranquilos, calles silenciosas, bancos para mirar a las fachadas románicas, balnearios y sosiego. Nuestros mayores también necesitan divertirse, ver mundo, barajar sus cartas. A mi juicio, y esta es una opinión muy personal, se acaba con un abuelo cuando se lo recluye en una residencia. Pues bien: Zamora está a punto de convertirse en esa gran residencia. Si la gente de la tercera edad no necesitara emociones, no iría de vacaciones a Benidorm. La ciudad, lamentablemente y gracias a la incompetencia de sus gobernantes, tiene todas las papeletas para ser un Benidorm sin playa, sin mar, sin ruido, sin trabajo, sin escándalos, sin divertimentos, sin jóvenes por sus calles.
Leímos que el Ayuntamiento, a través de la Concejalía de Servicios Sociales y de Mayores, cuenta con un proyecto (“pionero”) para establecer un parque de la tercera edad en La Marina. Es lo que faltaba en la ciudad. Nos vuelve a tocar ser pioneros. Siempre somos pioneros en planes que funcionan mal o no suponen atisbo de futuro. No es mi intención menospreciar a los ancianos, sobre todo cuando en la vida uno tiende a tomar como ejemplo a quienes entran en la tercera edad y aconsejan con su sabiduría a las generaciones más jóvenes. Pero confieso que hubiera sentido mayor alegría si hubiese leído, en el periódico, alguna noticia sobre un proyecto que sonara a futuro y a juventud, pues a menudo estas palabras van unidas y son necesarias para el desarrollo de una provincia. Ya sé que esto último parece una obviedad (y lo es), pero lo digo porque alguna gente no logra aprendérselo. Este y otros proyectos, como la idea de convertir la Plaza de Castilla y León en otro parque muy ajustado a los gustos y necesidades de la tercera edad, continúan empujando a Zamora hacia su extinción, hasta convertirla en la ciudad que los gobernantes y quienes les votan quieren: un asilo. No es raro que mucha gente quiera pasarse la juventud y la madurez en otras provincias y regresar a vivir a la ciudad una vez conseguida la jubilación. Por otro lado, entrar en la tercera edad no significa (no debería significar) que todo sean parques tranquilos, calles silenciosas, bancos para mirar a las fachadas románicas, balnearios y sosiego. Nuestros mayores también necesitan divertirse, ver mundo, barajar sus cartas. A mi juicio, y esta es una opinión muy personal, se acaba con un abuelo cuando se lo recluye en una residencia. Pues bien: Zamora está a punto de convertirse en esa gran residencia. Si la gente de la tercera edad no necesitara emociones, no iría de vacaciones a Benidorm. La ciudad, lamentablemente y gracias a la incompetencia de sus gobernantes, tiene todas las papeletas para ser un Benidorm sin playa, sin mar, sin ruido, sin trabajo, sin escándalos, sin divertimentos, sin jóvenes por sus calles.
Después de leer esa y otras noticias uno opta, en los últimos meses, por no hablar del tema. Es una actitud, lo sé, de resignación. Y en días sucesivos comprueba que a nadie parece importarle este modelo caduco de ciudad que estamos construyendo, como si aceptáramos nuestro sino. Además: el punto de vista cambia dependiendo de donde uno viva. Quien permanece en Zamora aún se preocupa: algunos tratan de cambiar el panorama y otros no hacen nada. Quienes vivimos fuera acabamos por encoger los hombros y decir: “Aquello ya no tiene remedio”. Y no imaginan cuánto lo lamento, en ambos casos.