Un fenómeno típico de algunos países sudamericanos empieza a dar en España sus primeros pasos. Me refiero al top manta de libros. Sin embargo los libros que he visto en la calle, al contrario de lo que al otro lado del charco sucede, no están fotocopiados, pirateados, sino que son las copias originales. Imagino que a un precio reducido.
El sábado me dirigía a una Feria del Libro Viejo y Antiguo, obsesionado con la búsqueda y captura de una novela de Paul Theroux. Por la mañana había estado merodeando por la Fnac, la Casa del Libro y la sección de libros de El Corte Inglés, los tres lugares donde albergan mayor número de volúmenes y donde ese tipo de búsquedas resultan más fáciles. Pero la novela no estaba en ninguno de ellos. Así que decidí ir a esa feria. Caminando por Atocha vi, en las aceras, dos pasillos paralelos de hombres que mercaban allí sus productos, más o menos ordenados encima de lienzos y mantas, en el suelo. Al principio detuve el paso para fijarme, aunque no soy comprador del top manta (no por recelos de índole moral, sino por temor a que me timen). Unos vendedores mostraban películas pirateadas, otros vendían los discos más actuales. Entonces observé, con sorpresa, que algunos de ellos exponían libros: los libros que acababan de aparecer en las librerías, en todos esos establecimientos que yo había recorrido en mi persecución de la novela de Theroux. Cierto es que también se vendían algunos volúmenes viejos, pero en su mayor parte eran novelas de reciente aparición. No pregunté los precios, aunque luego me picó la curiosidad por conocer la diferencia entre lo que se vende en las librerías y en la calle. Uno de los vendedores sólo ofrecía un único libro, colocado encima de un pequeño lienzo en la acera. Estaban el tipo y el libro: un vendedor y un solo producto. El título era “El viajero”, una novela que andan ya anunciando como uno de los futuros best-seller de la temporada y que salía a la venta ese mismo fin de semana. Yo no lo había visto en ninguna de las mesas y anaqueles de la Fnac, la Casa del Libro y El Corte Inglés (no es mi intención comprarlo, pero suelo fijarme en todos y cada uno de los volúmenes que aparecen en la sección de novedades). Pero allí estaba: en la calle antes que en el comercio. También encontré el puesto, por llamarlo de alguna manera, de un individuo que había ordenado en el suelo algunos de los títulos de la colección de novela negra que el diario El País vendió hace meses. Me sorprendió comprobar que había un título que llevaba buscando tiempo, sin encontrarlo: “Yo, el jurado”, de Mickey Spillane. Pero no lo compré: a diferencia de los libros de las demás mantas, este ejemplar estaba tan manoseado, tan sucio y con las esquinas tan dobladas, que opté por buscarlo en la feria o en la Calle de los Libreros. No niego que, además, prefiero comprarle una novela a un librero que a un fulano de la calle que igual ni sabe leer ni conoce lo que vende.
En la feria no pude conseguir las novelas de Theroux y Spillane, no estaban. Me fui frustrado, con la intención de acercarme otro día a Libreros, donde a veces puedes dar con el libro perdido (no siempre tienen lo que uno busca, contrariamente a su popularidad de sitio donde todos los libros van a parar). Pero en estas casetas siempre ocurre algo curioso: uno suele ir buscando determinado título y no lo halla, pero acaba topando por casualidad con libros cuya búsqueda había dado por finalizada. Me sucedió con “Jazz blanco”, la cuarta historia del Cuarteto de Los Ángeles de James Ellroy. La única que me faltaba y la que ya creía imposible de encontrar.