lunes, noviembre 13, 2023

La piedra de la locura, de Benjamín Labatut

 

La irrupción de lo nuevo es un proceso traumático. Hoy, los monstruos y maravillas de la ciencia y de la tecnología nos tienen paralizados. Debemos hacer un esfuerzo constante para no ahogarnos entre las rompientes de una interminable marea de cambios, mientras los poderes políticos y económicos nos apalean hasta la sumisión, y las grandes compañías que habían prometido “no hacer el mal” nos espían con su enjambre de algoritmos. Frente a esta verdadera avalancha de transformaciones, a esta orgía de lo nuevo, no podemos sino temblar, al igual que si estuviéramos viendo la cabeza de una criatura mitológica surgiendo de las aguas del mar; niegas las categorías de nuestro pensamiento, nos hace añorar la seguridad del pasado, nos obliga a cerrar los párpados y rezar para que nos pase de largo, para que no nos consuma el fuego de su mirada, y nos deja aislados, tiritando en la falsa seguridad de nuestro mundo interior. Más que cualquier otra cosa, quisiéramos desterrarla, enviarla de regreso al infierno del que ha surgido. Pero no podemos. La realidad, a diferencia de las sublimes historias de terror que nos regaló Lovecraft, no se adapta a nuestros deseos. Tiene una extraña voluntad propia.

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¿Quién de nosotros no ha sentido –o aún siente– el peso de esa espada que cuelga por encima de nuestra cabeza, la terrible sensación de que somos inútiles, de que no tenemos ningún talento verdadero, y de que sin importar cuánto nos esforcemos nunca haremos algo que valga la pena o que posea belleza y valor? ¿Quién no teme ser invisible? ¿Quién no busca el reconocimiento sabiendo que, si levanta la cabeza, aunque sea por un segundo, puede convertirse en objeto de burla?  



[Anagrama]