miércoles, junio 14, 2023

Para ser novelista, de John Gardner

 

 

Para la mayoría de la gente, incluso para quienes no leen excesivamente, el ser escritor tiene algo especial y vagamente mágico, y les cuesta creer que alguien a quien conocen personalmente –y bastante corriente en muchos aspectos– pueda serlo. Suelen sentir por el joven escritor una mezcla de cariñosa admiración y de lástima, ya que les parece que el pobre es un inadaptado. Que yo sepa, ninguna actividad humana requiere más tiempo que escribir, y es muy raro que alguien llegue a ser un escritor de renombre sin pasar varias horas al día sentado ante la máquina. (Incluso al profesional de éxito le puede costar un rato entrar en situación; se tarda horas en escribir unas cuantas páginas en borrador, y muchísimas en revisarlas hasta dejarlas en condiciones de poderlas leer varias veces sin retocarlas.) Por necesidad, el escritor, a diferencia de algunos de sus amigos, no deja de trabajar a las cinco; si tiene mujer e hijos, no puede dedicarles tanto tiempo como su vecino a los suyos, y si es digno de su profesión, se siente culpable por ello. Debido a la dificultad que entraña su arte, el escritor no prosperará tan notoriamente como los demás: mientras sus amigos de colegio o de la universidad se convierten en socios de prestigiosos despachos de abogados o abren sus propias funerarias, él puede estar aún sudando su primera novela. Incluso habiendo publicado uno o dos relatos en revistas acreditadas, el escritor duda de sí mismo. En los años que he pasado dedicado a la enseñanza una y otra vez he visto a jóvenes escritores con talento evidente mortificarse casi hasta el anquilosamiento por creer que no cumplían con sus obligaciones familiares y sociales, por creer –aun habiendo conseguido publicar varias narraciones– que estaban haciendo castillos en el aire. Cada negativa por parte de un editor es un chasco tremendo, y un discreto comentario de apremio por parte de algún familiar –“¿No te parece que ya va siendo hora de que tengáis un hijo, Martha?”– puede desatar una crisis. Sólo la fortaleza de carácter, reforzada por el aliento de los pocos que creen en él, permitirá al escritor superar esta mala época. El escritor debe convencerse como sea de que sí se toma en serio la vida, tan en serio que está dispuesto a correr grandes riesgos. Debe encontrar la forma –con humor malicioso o de cualquier otra manera– de repeler los ataques que con buena o mala intención se le dirigen.

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El escritor sigue enviando sus originales, y sigue y sigue, y no hace más que recibir negativas, manuscritas o impresas, hasta que llega un momento en que, como muchos otros tan prometedores como él, desiste. Sus profesores y compañeros de clase le alaban, su mujer no entiende las negativas; pero la desesperación del escritor se impone. Es algo terrible pasarse cinco o incluso diez años escribiendo y que nadie acepte lo que se ha escrito. (Lo sé por experiencia.) Así que, al final, otro buen escritor que se pierde. (Que a nadie se le ocurra hacer caso a quienes dicen que todo buen escritor acaba consiguiendo publicar.) En tan precaria situación, cuando se está a punto de renunciar, el escritor necesita tres cosas: la seguridad, confirmada por alguien cuya opinión respete, de que lo que escribe tiene calidad para ser publicado; una idea clara de cómo funciona el mundo editorial, para que la situación le afecte lo menos posible; y todo el respaldo posible por parte de sus profesores y amigos. Y hay otra cosa que, desde luego, no le perjudicará: un “contacto”, un escritor, agente o crítico famoso que le pueda ayudar.

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Para el escritor o la escritora, no hay mejor manera de mantenerse que vivir de su cónyuge. Lo malo es que, psicológicamente al menos, es duro, aun cuando al citado cónyuge le sobren los medios. A ninguna de las falsas lecciones de nuestra cultura se le da más importancia que a la que dice que hay que ser independiente. De ahí que el escritor novel o aún desconocido, a quien bastante trabajo le cuesta creer en sí mismo, tenga que soportar, además, la carga de la vergüenza.

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Quien no esté dispuesto a escribir como un verdadero artista, principalmente por necesidad, hará bien en dirigir sus esfuerzos hacia cualquier otra cosa.



[Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja. Traducción de Víctor Conill]