miércoles, julio 06, 2022

Agua y jabón, de Marta D. Riezu

 

 

La anécdota es conocida. Preguntaron a Cecil Beaton qué es la elegancia, y respondió: agua y jabón. Que es lo mismo que decir: lo elegante es lo sencillo, lo honesto, lo de toda la vida.
La elegancia involuntaria no tiene que ver con la moda, ni con el dinero, ni con lo estético. La asocio a la persona que aporta y apacigua, a la alegría discreta, al gesto generoso. Ensancha y afina nuestro mundo. Está siempre cerca del silencio, el bien común, la paciencia la naturaleza, la voluntad de construir y conservar.
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Quien bien nos quiere se fija en lo que nos gusta, pero quien nos aprecia de verdad memoriza lo que detestamos. Para ahorrárnoslo, sobre todo; pero también para esgrimirlo en un momento tenso y hacernos reír.

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Llevar la vida elegante de Max Beerbohm, que Thomas Wolfe describió así: “Vive silencioso en Génova. Ve a poca gente, se sienta en la terraza y pinta un poco, lee un poco, pasea un poco, y de vez en cuando escribe un poco. Es vago y se esfuerza en no hacer mucho. A pesar de ello ha realizado cosas hermosas”.

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El gesto de compromiso de barrer el trozo de la calle de delante de casa, como hacían nuestras madres. Me dice la vecina cuando me ve: “Si de eso ya se ocupa el Ayuntamiento”. Frase que explica muchos de nuestros males.

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Admiro la elegancia insensata de editar.
Editar es, ante todo, decidir qué dejar fuera.
Editar es batallar contra lo inmediato. Asentar un criterio, acomodar y separar. Dejar abierto un camino. Cultivar la esperanza en forma de catálogo ordenado. Editar es defender.
El buen editor detecta los libros únicos, “aquellos en los que se reconoce que al autor le ha pasado algo, y ese algo ha terminado por depositarse en un escrito. Son libros que han corrido un alto riesgo de no llegar nunca a ser tales”
[Roberto Calasso].

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Las bibliotecas son muy bellas, los museos y teatros también, pero el talento interiorista ha sido especialmente generoso con los cines. Las cortinas pesadas, las luces de aplique, el sonido acolchado, el bar con barra de caoba, los carteles pintados a mano en la entrada, el acomodador con uniforme y linterna. Esa solemnidad estética fijaba la experiencia en la memoria.

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No creo mucho en la división entre alta y baja cultura. La curiosidad debería ser expansiva e incluyente. La única distinción que me interesa es si esa manifestación (ese libro, esa ópera, ese cómic) aceptó modificarse para venderse mejor, o se plantó y salió al mundo libre y como le dio la gana.


[Anagrama]