lunes, abril 05, 2021

Vacas, de Ronald Sukenick

 

 

Para sobrevivir a la locura de estos tiempos, y mantenerse de alguna manera en el filo de la cordura, una novela del calibre de Vacas es perfecta: contiene el surrealismo y las dosis adecuadas de humor como para evadirnos y no tratar de comprender el entorno: sólo aceptarlo.

Aunque fue publicada hace unos 20 años, no ha perdido su actualidad, igual que no la pierden las películas de los Hermanos Coen o de Quentin Tarantino. En Vacas (coedición de Underwood y Malas Tierras) casi todo es disparatado e incomprensible, empezando por los protagonistas, un cowboy y un investigador del que el primero contrata sus servicios creyendo que es un especialista en cabras cuando en realidad es experto en “cuestiones macabras” porque, entre otras cosas, estudia la obra de Edgar Allan Poe. A partir de este incidente, ya en el primer párrafo del libro, se van sucediendo los equívocos, los malentendidos, las sospechas y las confusiones, pero nadie abandona su propósito inicial: ni el cowboy suspende ese contrato ni el investigador se larga como había pensado al principio.

Poco a poco ese investigador empieza a encontrarse con una red donde confluyen lo paranormal, las perversiones, el contrabando, lo fantasmagórico, el crimen… Los diálogos plagados de confusiones se suceden con un desparpajo digno de Groucho Marx, cada giro de la trama o de los acontecimientos es imprevisible y desemboca en más locuras, hasta el punto de que el investigador ya es incapaz de distinguir lo que sucede (El investigador no estaba seguro de qué era real y qué imaginario. En Nueva York nunca le pasaban estas cosas. Tal vez fuera la falta de aire en las alturas, que tenía el mismo efecto que el alcohol y reducía el suministro de oxígeno al cerebro), como nos pasa a los lectores mientras nos divertimos con este despiporre, que acaba erigiéndose como uno de los síntomas del sinsentido propio de la América profunda:

Algo lo sacudía, la voz de Vaca, abrió los ojos. Vaca lo tenía cogido por los hombros:
-¿Te ha dado el
delirium tremens o algo? ¿Qué es lo que pasa?
-Nada, acabo de tener una alucinación horrible.
-¿En forma de qué?
-Un murciélago gigante atacándome.
-Ah, el murciélago… –Vaca–. Yo también lo he visto.
-¿Tú…?
-Claro. ¿El famoso murciélago de Boulder? Solo ataca a los turistas, por lo general en Halloween. Qué estará haciendo por ahí esta noche…     
-¿Qué es? –El investigador.
-Nadie lo sabe con seguridad, hay quien piensa que es un mensajero de la muerte, otros que es un agente municipal que lucha contra los pelotazos urbanísticos, otros que es el espíritu del jefe Mano Izquierda. Dicen que les chupa la sangre a los turistas y a los constructores y que los convierte en greenpeacenianos errantes que no mueren jamás. O lo mismo no es más que una imagen fruto de tu imaginación.
-Ya veo, te estás quedando conmigo. –El investigador.
-No te preocupes,
amigo, todo el mundo ha visto cosas raras en el oeste. Espejismos. Esto es casi todo desierto y el desierto es una página en blanco.
-Pues me preocupa. –El investigador.
-Olvídate de la historia. Lo que no entiendes te puede volver majareta. Vamos a ver a Golden.
-Pensaba que le habías dejado claro que no irías esta noche.
-Así es, por eso mismo quiero ir esta noche. Eso los deja descolocados.   



[Underwood & Malas Tierras. Traducción de Ce Santiago]