lunes, abril 19, 2021

Norteamericanas ilustres, de Ben Marcus

 

 

Ben Marcus es uno de esos autores casi secretos (al menos en España) por los que unos cuantos sentimos devoción absoluta. De aperitivo ya tuvimos aquí su novela El alfabeto de fuego y su ensayo Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, dos obras que se salen de lo común y que establecen una tensión entre el lector y el poder de las palabras como no se había visto, quizá, desde Burroughs y sus teorías en torno al lenguaje-virus.

Analizar una novela tan compleja y tan repleta de sorpresas como Norteamericanas ilustres, que acaba de publicar Malas Tierras con traducción de Rubén Martín Giráldez, aumentando así el prestigio de un catálogo impecable, es una tarea que debería evitarse para no reventarle el libro al lector (o endosarle spoilers, como se dice ahora). Y, pese a esa advertencia, hay que contar algo para que sepa a qué atenerse…

Podríamos comentar, en líneas generales, que encontraremos 3 narradores que a veces se contradicen entre sí, que su trama gira en torno a una especie de nuevo culto, donde sus practicantes (unas cuantas mujeres norteamericanas) tratan de conseguir la quietud y el silencio: Las hembras silentistas son silentes fundamentalmente para sanar o impedir el clima, puesto que creen que el habla es la causa directa de las tormentas y debería reprimirse para siempre. El lenguaje se manifiesta en la novela como una especie de mal capaz de cambiar el viento, la conducta, el clima… Por ello, sus discípulos se someten a dietas estrictas y a ayunos intensivos, se introducen trapos en la boca para (entre otras cosas) purificar el habla, hacen beber Agua de Pantomima a los niños para “almacenar los detalles de la conducta”, se colocan Cascos de Vida Asistida…

El lector va asistiendo, perplejo y entusiasmado, a este desfile de anomalías propias de una novela fantástica o de ciencia ficción. A medida que pasa páginas, ese lector sabe que lo más importante, lo que le mantiene enganchado a esta novela, no son sólo esas invenciones extraordinarias, sino la habilidad de Ben Marcus para mezclar las palabras y obtener oraciones gloriosas, giros perturbadores, sentencias para copiar o subrayar. Su obsesión con la lengua nos empuja a nosotros, los lectores, a obsesionarnos también con el lenguaje. Es un paso más allá de la propuesta de Burroughs, y nos estimula para observar el idioma de un modo que nunca antes lo habíamos visto. Aquí, unos fragmentos de esos tres narradores:      

Soy consciente de que Ben Marcus, el improbable autor de este libro, aunque más conocido como mi antiguo hijo, pueda falsear o estructurar este preámbulo mío como le venga en gana: glosarlo, resumirlo o eliminar cada uno de mis comentarios. Él se ocupará de la última versión de esta especie de preámbulo a la historia de su familia, y yo no conoceré el resultado a menos que decida compartir conmigo cómo me desbarató y despadró a mayor gloria suya.

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Requisitos del sistema
Por desgracia, este libro está destinado a gente. Consideramos a la gente como zonas que resisten a la luz, errores del aire, dulces puntos de colisión. En el momento en que escribo esto, el mundo entero es la escena de un crimen: las personas comen espacio con sus cuerpos; deterioran la lluvia; el viento es masacrado cuando se mueven. En el caso de que una persona parara de moverse, dejaría de matar cielo y el mundo podría comenzar a recuperarse. Las mujeres que pretenden incrementar su Coeficiente de Clemencia deben seguir el ejemplo de mi madre y su cohorte trayendo una Nueva Quietud sobre sus personas. No deben continuar leyendo, dado que incluso la lectura es un espasmo vergonzoso del cuerpo.
Aunque este libro es para gente en general, va dirigido más concretamente a gente que se haya caído, que no pueda levantarse, a la que le duelan las manos y los ojos le escuezan, que tenga las extremidades cansadas por dentro, aunque los médicos no le encuentren nada malo.


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Los niños aprenden que repetir una palabra hace que pierda el significado, pero no saben por qué. Resumiendo: el clima en Norteamérica se da a través de una acumulación y una perturbación del idioma, la forma de viento más leve. Hablar es crear clima, suministrar viento a partir de una fuente humana y, por lo tanto, convertirse en el enemigo. Las hembras silentistas son silentes fundamentalmente para sanar o impedir el clima, puesto que creen que el habla es la causa directa de las tormentas y debería reprimirse para siempre.

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¿Acaso pedí yo ser la madre de Ben? No. ¿Sabía yo que estabas practicando sexo conmigo? Sí. ¿Lo disfruté? No. ¿Te animé a ello? No. ¿Acaso me di cuenta de que tus embestidas rampantes contra mi cuerpo deliberadamente inerte conducirían a un niño como Ben? No lo creo. ¿De quién es la culpa? Mía, por supuesto. ¿Se le puede echar la culpa a alguien más? A ti. ¿Quiero algo de ti ahora? No lo dudes, hijo de la gran puta.

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Si es malo y todavía no ha sucedido, ten por seguro que sucederá. Puedes contar los días que faltan. Total y absolutamente por tu cuenta y riesgo.

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No lo encarcelemos antes de darle la oportunidad de que se encarcele él.




[Malas Tierras. Traducción de Rubén Martín Giráldez]