Chris Offutt ha pasado de ser un desconocido en España a conseguir el estatus de figura de culto: uno de esos autores no demasiado célebres cuyas obras leeremos sus seguidores sin importarnos el género o la temática. Primero conocimos los relatos de Kentucky seco (en Sajalín Editores); luego, esas extrañas y sorprendentes memorias tituladas Mi padre, el pornógrafo (en Malas Tierras); seguirían la novela Noche cerrada y, ahora, los cuentos de Lejos del bosque (ambas obras en Sajalín). No se detiene ahí la cosa, pues este año las mismas editoriales repetirán con otros dos libros de Offutt. En los títulos publicados por Sajalín, traduce Javier Lucini; en los de Malas Tierras, Ce Santiago. Para mí es una garantía en ambos casos.
¿Qué es lo que tiene Chris Offutt para que nos fascine tanto? Me atrevería a decir que es el autor que mejor ha sabido tomar el relevo de grandes escritores minimalistas como Tobias Wolff, Richard Ford o Raymond Carver. Alguien que, con apenas un par de personajes a la deriva, con diálogos precisos y una prosa desnuda, sabe construir todo un imaginario alrededor de esos personajes para hablarnos de soledad, alcoholismo, desarraigo, violencia en los genes y desempleo, circunstancias que, las más de las veces, conducen a sus protagonistas a tomar decisiones erróneas.
Lejos del bosque contiene 8 impactantes, dolorosos y desesperanzadores relatos sobre gente que sufre el desarraigo, sobre personas que arrastran como un peso muerto la extrañeza y el frío del desplazamiento. Son tipos que han huido de su zona, tal vez tratando de no ahogarse y de conseguir mejores oportunidades, pero el precio que pagarán es alto: fuera de su entorno, es como si estuvieran desprotegidos. Personajes que no están a gusto ni en su casa ni fuera de ella, como dice uno de ellos en el relato titulado “Gente recia”: En cuanto llego a alguna parte ya estoy deseando marcharme; es la historia de una pareja que se queda sin dinero y decide participar en el Torneo de Fortachones de Montana para costearse el viaje para escapar del pueblo en el que han quedado varados. O ese otro de “Melungeons”, cuando afirma: Poco importa de dónde vengamos. Lo que importa es quiénes somos en este momento.
En “Todo inundado”, un tipo conduce su camión cuando oye por radio que un dique ha reventado; para que no le alcance la inundación, deja el remolque en el arcén y se larga a toda prisa. Luego, en un garito, conocerá a una mujer ebria que guarda relación con esa catástrofe. Cuando la mujer le dice que tiene que ser bonito viajar a menudo, él responde: Cuando te largas de un sitio te quedas un poco hecho polvo, como con ganas de volver y de instalarte. No echo raíces en ningún sitio, prácticamente vivo en el camión. Tampoco quienes han salido de la cárcel se encuentran ya en su entorno natural (el entorno al que se han habituado), como si habitaran territorio hostil fuera de los barrotes: es el caso de los dos tipos que trasladan las tumbas de un cementerio en el relato “Moscow, Idaho”.
En “Prácticas de tiro” hay un padre y un hijo con enormes diferencias. Pero los dos están solos. El padre es viudo y apenas sale de casa. Al hijo lo abandonó su mujer. Los dos viven “en la misma montaña, en crestas opuestas”. Ray, el hijo, tampoco está conforme con sus elecciones: Era su tierra, su hierba y su casa. El sueño de todos los habitantes de Kentucky que habían ido a buscarse la vida a Detroit era volver a casa para quedarse. Y ahora que estaba de vuelta, se había dado cuenta de que la gente de casa solo quería que la dejaran en paz.
Chris Offutt consigue que nos encariñemos con sus personajes. Nos hace partícipes de su derrota y de su desarraigo. Y ya la cita inicial (de Flannery O’Connor y su estupenda novela Sangre sabia) nos anuncia lo que les ocurre a sus criaturas: El lugar de donde venís ya no está; el lugar al cual creíais que ibais no existió jamás, y el lugar donde estáis no sirve de nada a menos que podáis alejaros de él.
[Sajalín Editores. Traducción de Javier Lucini]