martes, diciembre 01, 2020

Réquiem por Dora Suarez, de Derek Raymond

 


Todos los muertos que he visto debido a mi trabajo –en bares, en las cunetas de las carreteras, en cuartuchos inmundos; suicidas, gente que se ha tirado desde lo alto de un edificio, bajo coches, autobuses o convoys de metro– representan para mí bajas sufridas en un mismo frente. Desde mi punto de vista, todos ellos, incluidos algunos asesinos, eran hombres y mujeres –e incluso algunos niños– privados de cualquier razón que los impulsara a seguir adelante. Un buen día, desesperados, al levantarse se dicen: “Voy a terminar con todo esto”, y se eliminan de un certero golpe, con una salvaje y nihilista alegría, porque nadie espera su llegada en ninguna estación.
Y después los cuervos, buitres y vampiros que los perseguían vienen hasta nosotros para quejarse y reclamar lo que se les adeuda, en el ensangrentado y silencioso campo de batalla, mientras el Gobierno, arrastrando tras de sí, como si de un raído faldón se tratase, a la prensa, sale a cenar con paso solemne, preguntándose si su popularidad sigue suficientemente alta.
Pero, por lo que a mí me concierne, el frente está en la calle, y me veo obligado a luchar en él diariamente.
Veo, absorbo y sueño con la calle, soy la calle. Gimoteo durante las atroces pesadillas que me provoca, la veo bajo la lluvia y a pleno sol; veo a la gente que corre precipitadamente, asesinos y víctimas, desfilando absortos como en plena oración. Por mi manera de ser, siento en mis propias carnes sus lágrimas igual que las oigo.
Los muertos son muy limpios, demasiado limpios. Han sido purgados y son de un color blanco uniforme como de luz sobre la nieve. ¿Por qué es así? ¿Dónde está la justicia de todo eso? Es lo que me gustaría saber.
¿Por qué será que las preguntas más sencillas son aquellas para las que no tenemos respuesta?
¿Por qué?


[Editorial Thassàlia. Traducción de Mauricio Bach]