viernes, junio 19, 2020

Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnit



El amor, la sabiduría, la gracia, la inspiración: ¿cómo emprender la búsqueda de cosas que, en cierto modo, tienen que ver con desplazar las fronteras del propio ser hacia territorios desconocidos, con convertirse en otra persona?
En el caso de los artistas de cualquier tipo, sin duda es lo desconocido, esa idea, forma o historia que todavía no ha llegado, lo que hay que encontrar. La labor de los artistas es abrir puertas y dejar entrar las profecías, lo desconocido, lo extraño; es de ahí de donde proceden sus obras, aunque su llegada marque el comienzo del largo y disciplinado proceso mediante el cual las hacen suyas.

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Perderse: una rendición placentera, como si quedaras envuelto en unos brazos, embelesado, absolutamente absorto en lo presente de tal forma que lo demás se desdibuja.

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Aquello cuya naturaleza desconoces por completo suele ser lo que necesitas encontrar, y encontrarlo es cuestión de perderse.

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Me encanta salirme del camino, ir más allá de lo que conozco y encontrar el camino de vuelta recorriendo unos cuantos kilómetros más, por un sendero diferente, con una brújula que discute con un mapa, con las indicaciones contradictorias y poco rigurosas de desconocidos. Esas noches sola en moteles de pueblos perdidos del oeste del país donde no conozco a nadie y nadie que me conozca sabe dónde estoy, noches transcurridas en compañía de cuadros extraños, colchas de flores y televisión por cable que me ofrecen un descanso temporal de mi propia biografía y en las que, según la idea de Benjamin, me he perdido pero sé dónde estoy.

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La pregunta, entonces, es cómo perderse. No perderte nunca es no vivir, no saber cómo perderte acaba contigo, y en algún lugar de la terra incognita que hay entre medias se extiende una vida de descubrimientos.

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Realmente el concepto de perdido tiene dos significados diferentes. Perder cosas tiene que ver con la desaparición de lo conocido, perderse tiene que ver con la aparición de lo desconocido. Hay objetos y personas que desaparecen de tu vista, tu conocimiento o tu propiedad: pierdes una pulsera, un amigo, la llave. Sigues sabiendo dónde estás tú. Todo lo que te rodea resulta conocido, pero hay una cosa de menos, un elemento que falta. O bien te pierdes tú, y en ese caso lo que ha sucedido es que el mundo se ha vuelto mayor que tu conocimiento del mismo. En ambos casos se produce una pérdida de control.

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A veces una vieja fotografía, un viejo amigo, una vieja carta te recuerdan que ya no eres la persona que fuiste en el pasado, pues la persona que vivió entre esa gente, que apreciaba esto, que escogió aquello, que escribía de esa forma, ya no existe.

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Las ruinas urbanas son espacios que han quedado al margen de la vida económica de la ciudad, y en cierto modo son el entorno ideal para la clase de arte que también está al margen de la producción y el consumo habituales de la ciudad.

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Las películas están hechas tanto de oscuridad como de luz. Son los intervalos sumamente breves de oscuridad entre las imágenes luminosas estáticas lo que hace posible que estas formen una película con imágenes en movimiento. Sin esa oscuridad, no se vería más que una imagen borrosa. Eso quiere decir que un largometraje contiene media hora o una hora de pura oscuridad que pasa desapercibida. Si pudiéramos juntar toda la oscuridad, nos encontraríamos a todos los espectadores del cine mirando a una profunda noche imaginativa. Es la terra incognita del cine, el continente oscuro que hay en todo mapa.

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En los sueños no se pierde nada. Las casas de la infancia, los muertos, los juguetes que habían desaparecido: todo aparece con una nitidez que la mente es incapaz de alcanzar en la vigilia. Lo único que está perdido en los sueños eres tú mismo, que vas deambulando por un terreno donde incluso los lugares más familiares no acaban de ser ellos mismos y conducen a lo imposible.


[Capitán Swing. Traducción de Clara Ministral]