domingo, febrero 24, 2019

Y siguió la fiesta, de Alan Riding



Con el subtítulo "La vida cultural en el París ocupado por los nazis", Alan Riding reconstruye aquellos años bajo la forma del reportaje o ensayo histórico, elaborando un enorme fresco donde abundan los nombres, los testimonios, las anécdotas inolvidables, las relaciones entre los artistas y los vínculos con soldados y políticos. Por el libro desfilan cineastas, escritores, poetas, filósofos, pintores… Es un ejemplo de cómo, en tiempos difíciles, responde cada ser humano a las situaciones que nos ponen entre la espada y la pared: los hubo que se adaptaron, los hubo que vivieron como si nada hubiera cambiado, los hubo que salieron escaldados… Todo el entramado de relaciones entre los artistas y cómo lograron salir adelante, continuando con sus trabajos y sus obras, resulta fascinante. Es notorio que, en tiempos de invasiones y de dictaduras, la cultura jamás muere, sino que sus "actores" tratan de adaptarse, de esquivar la censura, de burlar a quienes calzan la bota de hierro, de seguir viviendo sus vidas y consolidando sus obras. En algunos casos, desde luego, esto es cuestionable, sobre todo entre quienes colaboran totalmente con el enemigo o quienes doblan cuanto pueden el espinazo. El trabajo de Riding me parece formidable. Aquí van un par de fragmentos:

Guéhenno no se alegró, ni mucho menos, cuando la Nouvelle Revue Francaise anunció que contaba con Gide, Giono y Jouhandeau para su primera edición y con Valèry y Montherlant para la segunda. El 30 de noviembre de 1940, escribió: "El hombre de letras, en tanto que especie, no forma parte de las mejores especies humanas. Incapaz de sobrevivir demasiado tiempo oculto, vendería su alma para ver su nombre impreso. No lo soporta más. Sólo le preocupa su importancia, el tamaño de la letra en el que vaya a aparecer su nombre, su posición en el índice de contenidos. No hace falta decir que está cargado de buenas razones. 'La literatura francesa debe continuar'. Cree que él es la literatura y en el pensamiento franceses, y que éstos morirían sin él".

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En definitiva, algo que parecía relativamente simple durante la ocupación resultó ser extremadamente complejo inmediatamente después de la liberación. Prácticamente todos los artistas y escritores habían trabajado durante la ocupación, ¿dónde había que establecer el límite de lo aceptable? ¿Qué constituía exactamente un acto de colaboracionismo? ¿Había que incluir a quienes en un primer momento habían sentido simpatías por Pétain? ¿A quienes habían actuado ante los alemanes? ¿Podía considerarse traición asistir a una recepción organizada por los alemanes? ¿Era creíble que un colaboracionista preeminente asegurara que había colaborado secretamente con los servicios de inteligencia británicos? ¿Había pruebas que dieran la razón a algunos fascistas, que aseguraban haber salvado la vida de judíos advirtiéndolos de redadas inminentes? En la práctica, y ante la falta de consenso, la épuration culturelle incurrió en numerosas contradicciones: de entre todos los artistas, escritores y periodistas con un historial similar de colaboracionismo, algunos fueron sancionados, otros encarcelados, un puñado fueron incluso ejecutados, mientras que la mayoría ni siquiera fueron arrestados.


[Galaxia Gutenberg. Traducción de Carles Andreu]