lunes, enero 21, 2019

Nueva York es una ventana sin cortinas, de Paolo Cognetti


Este libro es fruto de varios viajes efectuados en el curso de cinco años. Me ha ido bien escribirlo. Ha dado un sentido más profundo a mi relación con la ciudad, a mis vagabundeos, a la nostalgia que siento cuando estoy en casa. Al principio tuve la suerte de contar como guías con nueve escritores de carne y hueso: Donald Antrim, Nathan Englander, Adam Haslett, A. M. Homes, Shelley Jackson, Jonathan Lethem, Rick Moody, Gary Shteyngart y Colson Whitehead. Tenía que realizar una serie de documentales, y cada uno de ellos me llevó a sitios que nunca habría descubierto por mi cuenta. Más tarde, conocí a otras personas e hice muchas exploraciones solitarias. El resultado es un mapa trazado por acumulación de apuntes –lleno de omisiones, libros sin leer, lugares que no visité–, pero también pensé que escribir una guía de la ciudad más relatada del mundo solo tendría sentido si la guía fuera incompleta, particular, mía.

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Al igual que hacen los emigrantes que ya han echado raíces con los recién llegados, yo como turista de largo recorrido odio a los turistas ocasionales, especialmente los que hablan mi lengua, y parecen no desear más que compras y fotos, mientras pasan tres días en Nueva York antes de proseguir hacia el Gran Cañón o las Cataratas del Niágara. Quizá me recuerden que también yo estoy de paso, también yo vine aquí para coleccionar postales. A menudo, pues, mi recorrido consiste en huir de las masas que atestan las tiendas, los restaurantes, los museos, los ferris, las terrazas panorámicas: prefiero perderme por Chinatown o pasar media hora en el metro para llegar a Coney Island de invierno, donde sé que entre los rótulos en chino o en la playa desierta seré un completo forastero y estaré solo. En rincones desolados me parece encontrar lo que voy buscando.

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[Rick Moody] Era reacio a leer sus libros antiguos, sobre todo la primera novela y dos relatos relativos a la muerte de su hermana. No le gustaba repensar en sí mismo, en su vida anterior y, en cuanto a la carrera, siempre dijo que lo importante no son los libros escritos –es más, esos hay que olvidarlos lo antes posible–, sino el trabajo de cada día, el momento en que se ejecuta el acto de escribir. 


[Navona Editorial. Traducción de Miquel Izquierdo]