martes, noviembre 06, 2018

En la ciudad líquida, de Marta Rebón



Desde hace años tengo por costumbre no hablar en mi blog de los libros de autores españoles (sobre todo porque conozco a muchos de ellos y esto ya me coloca en un compromiso), pero hay obras que hay que explicar un poco, porque no basta con añadir un fragmento (se puede hacer con las novelas o con los relatos o con los ensayos y hasta con los poemarios), pero con los libros misceláneos no se puede reproducir lo que vamos viendo en las páginas. Me explico: En la ciudad líquida se compone de 17 textos en los que Marta Rebón habla de ciudades, de viajes, de sus lecturas y de sus traducciones, de la pasión de ver mundo y hacerlo mientras se lee y se descubren detalles y huellas de las vidas de los escritores que a uno le marcaron; los textos van acompañados de numerosas fotografías, muchas tomadas por ella misma o por Ferran Mateo, y unas cuantas recogidas de fuentes oficiales, de archivos, etc. En conjunto el libro depara una lectura muy provechosa, repleta de maravillosos pasajes, e invita a releer a ciertos autores y a descubrir a otros tantos. Aquí va el inicio:

Ahora que lo pienso, llevo más de una década traduciendo un libro tras otro, aunque no elegí ser traductora, o al menos no a perpetuidad. Sin pronunciar un sí categórico, se decidió mi rumbo. A menudo las cosas suceden así. Parece que todo conspira para empujarte en una dirección. Decides y sueltas amarras sin ser consciente de que has quemado las naves, de que no hay vuelta atrás. Quería vestirme el traje de ese oficio que parecía hecho a mi medida. Daba la impresión de sentarme como un guante, no preveía encorsetamientos futuros. ¿Una profesión que me permitía trabajar por cuenta propia, estar rodeada de libros y tener un ordenador portátil a modo de oficina, con libertad plena para viajar? No es casual, decía Serguéi Dovlátov, que todos los libros tengan forma de maleta. En todo conviene mesura, pero ¿quién, de joven, no ha ido detrás de cualquier pasión que lo dominara y no ha desdeñado la virtud de ir midiéndolo todo con una cinta métrica?

Cuesta aprender que las pasiones, todas sin excepción, tanto las bajas como las elevadas, al principio son dóciles para quienes las cultivan; más tarde, se convierten en nuestras imperiosas dueñas. Gógol tenía razón: todo lo que habita en nosotros acaba transformándose de raíz y, antes de que nos dé tiempo siquiera a pestañear, habrá crecido en nuestro interior un horrible y despótico gusano que absorberá hasta la última gota de nuestra savia. Solo quien se ha curtido en numerosas travesías sabe atajar el mal en sus comienzos.


[Caballo de Troya]