domingo, octubre 14, 2018

La orilla del mar, de Véronique Olmi



Era una sensación extraña abandonar la ciudad, dejarla para ir a un lugar desconocido, sobre todo porque no estábamos en vacaciones y a los niños eso les rondaba por la cabeza, lo sé. Nunca habíamos ido de vacaciones, nunca habíamos salido de la ciudad y de golpe una nueva vida, tenía un nudo en el estómago, tenía sed todo el tiempo, todo me agobiaba pero hacía lo que podía, sí, realmente hacía lo que podía para que los críos no se diesen cuenta de nada. Quería que nos embarcásemos en aquella aventura y que todos creyésemos a fondo en ella.

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¿Por qué me miraba así? ¿Nunca había visto llorar a nadie? ¿Dónde llora la gente? es una pregunta que me hago a menudo, es extraño que nunca nos crucemos por la calle con gente lloriqueando. Telefonean mucho más que lloran, puede que si lloriqueáramos más nos detestásemos menos.

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La gente puede entrar en nuestra vida sin más, de un minuto a otro, aunque no queramos. Tendríamos que poder seleccionar. ¿Por qué estaba sola con aquel tacaño cuando mis niños me esperaban arriba? Me cobró. Yo lo metí todo en una bolsa de plástico y me largué sin decir adiós.
Fuera, de nuevo la misma luz, la misma lluvia, las mismas gentes, creo que eran los mismos de antes que seguían dando vueltas ¿tan tristes eran sus casas que tanto dudaban en volver? ¿Qué buscaban en la ciudad que no hubiese en sus casas? Yo estaba deseando volver, no tenía ganas de seguir formando parte del paisaje.

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Todo olvidado. Perdido en el fondo de un agujero. Nos esforzamos en vivir lo mejor que podemos pero todo desaparece enseguida. Nos levantamos por la mañana pero esa mañana no existe más que la noche anterior que todo el mundo ha olvidado ya. Avanzamos sobre precipicios, hace mucho tiempo que lo sé. Un paso al frente. Un paso en el vacío. Y vuelta a empezar. ¿Para ir adónde? Nadie lo sabe. A todo el mundo le da igual.


[Lengua de Trapo. Traducción de José Luis Sánchez-Silva]