martes, agosto 28, 2018

Relatos de Kolimá. Volumen VI. Ensayos sobre el mundo del hampa, de Varlam Shalámov


A finales de 2017 salió, por fin, la traducción del sexto y último volumen de los Relatos de Kolimá. En Editorial Minúscula empezaron a editar estos textos, tal y como Varlam Shalámov los había concebido (antes de ello Mondadori publicó una selección de textos, pero nunca encontré ejemplares), en 2007, lo que arroja un total de 10 años de esfuerzo editorial, de apuesta de riesgo y de lucha heroica de su traductor, Ricardo San Vicente, quien incluye aquí un posfacio que supone un broche perfecto para quienes hemos ido comprando y leyendo estos volúmenes.

En este último tomo ya indica el subtítulo lo que el autor se propuso: en vez de relatar sus padecimientos y los del prójimo en los campos de trabajo de Kolimá, escribe 8 ensayos que giran en torno a los criminales en general y a los ladrones en particular, criticando de paso el modo romántico en que a veces nos los ha pintado la literatura: para Shalámov eran personas sin escrúpulos, sin moral, muy duchas en engaños, perversiones y maldades. La ventaja con la que cuenta el escritor de este volumen es que no se trata de alguien que sólo mantiene una opinión, sino que aporta ejemplos porque él se pasó años rodeado de víctimas, pero también de cabrones y sabandijas. Por eso sus ejemplos resultan iluminadores. Poco más tengo que aportar: si habéis llegado hasta aquí es porque ya conocéis los anteriores volúmenes y sólo queda insistir en que los leáis si no lo habéis hecho. Aquí va un extracto:

¿Cuál es el catecismo del ladrón? El ladrón es miembro del mundo criminal –esta es la definición: el mundo del crimen pertenece a los propios ladrones– y debe robar, engañar a los "fraier", beber, divertirse, jugar a las cartas, no trabajar y participar en las "pravilkas", es decir, en los "juicios de honor". La cárcel, si bien no es para el ladrón su casa natal, es decir, un lugar acogedor, sí es el sitio donde se ve obligado a pasar la mayor parte de su vida. Y de aquí se deriva una conclusión importante: que en la cárcel los ladrones han de disfrutar –gracias a la fuerza, la astucia, la desvergüenza o el engaño– de unos derechos no oficiales pero importantes, como son el derecho a repartirse los paquetes o los bienes ajenos, a ocupar los mejores lugares, la mejor comida, etc. Si en la celda hay unos cuantos ladrones, esto se consigue prácticamente siempre. Son justamente ellos los que se hacen con todo lo que se puede adquirir en la cárcel. Estas "tradiciones" permiten al ladrón vivir mejor que los demás en la cárcel y en el campo de trabajo.   


[Editorial Minúscula. Traducción de Ricardo San Vicente]