jueves, julio 12, 2018

Alguien voló sobre el nido del cuco, de Ken Kesey


Cuando una película te impacta tanto como a mí me sucedió con la adaptación de este libro (rodada por Milos Forman y producida por Michael Douglas), y no has leído el libro en el que se basa, hay cierta prevención (o temor) a leerlo. No quieres vulnerar el recuerdo del filme y tampoco quieres que el texto sea mejor que las imágenes. No sé cuántos años hace que compré esta novela y he ido posponiéndola por eso mismo, pero también porque me sabía de memoria muchos de los diálogos de la película y quería alejarme de ella.

La novela, como todo el mundo sabe, es espléndida. Y el filme está a su altura, sin duda. Creo que es una de esas adaptaciones impecables que rara vez se dan, una comunión entre la literatura y el celuloide que a todos beneficia. Aunque existe una diferencia sustancial que no me esperaba: el narrador es el indio, El Jefe, el tipo que suele barrer los suelos y finge ser sordomudo para que le dejen en paz. La diferencia es grande porque desde el inicio ya sabemos que El Jefe es un hombre de observaciones y fingimientos, y en la película lo descubrimos casi al final; y también porque la carga subjetiva del relato incluye ciertas visiones y paranoias que no estaban en el largometraje. Aparte de eso, los personajes legendarios siguen ahí, y pronuncian las mismas frases que luego adaptarían en la película: McMurphy, el rebelde que pone el hospital psiquiátrico patas arriba, y que es quizá el más cuerdo de los pacientes; la enfermera Ratched, un personaje odioso y cruel como pocos; y todos los enfermos que pululan alrededor (Billy Bibbit, Scanlon, Martini, Harding…).

Tanto si has visto la película como si no, y no conoces el libro, deberías leerlo ya mismo. Aquí van dos extractos:

Tampoco McMurphy parece advertir que lo llenan todo de niebla. Y si se da cuenta, procura no traslucir que eso le molesta. Hace todo lo posible para impedir que alguien del equipo crea que algo puede incomodarle; sabe que la mejor manera de agraviar a alguien que está intentando hacerte la vida imposible es hacer ver que no te importa.

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Yo tampoco puedo ayudarte, Billy. Tú lo sabes. Ninguno de nosotros puede hacerlo. Tienes que comprender que en cuanto uno comienza a ayudar a otro, se pone al descubierto. Es preciso ser astuto, Billy, deberías saberlo tan bien como yo. ¿Qué podría hacer por ti? No puedo corregir tu tartamudeo. No puedo suprimir las cicatrices que dejó la hoja de afeitar en tus muñecas ni las quemaduras de cigarrillo que tienes en el dorso de la mano. No puedo darte otra madre. Y en cuanto a las imposiciones de la enfermera, a su costumbre de restregarte tus flaquezas por la cara hasta hacerte perder la poca dignidad que te queda, pues te obliga a encogerte hasta que estás aniquilado por tanta humillación, tampoco puedo remediarlo.


[Anagrama. Traducción de Mireia Bofill]