domingo, junio 10, 2018

Acerca de la ciudad, de Rem Koolhaas


Para sobrevivir, el urbanismo tendrá que imaginar una nueva novedad. Liberado de sus obligaciones atávicas, el urbanismo, redefinido como un modo de actuar en lo inevitable, atacará a la arquitectura, invadirá sus trincheras, la expulsará de sus bastiones, minará sus certezas, hará estallar sus límites, ridiculizará sus preocupaciones sobre la materia y el fundamento, destruirá sus tradiciones y dejará en evidencia a quienes la practican.

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Más que nunca, la ciudad es todo lo que tenemos.

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Al hacerse más y más grandes, y equipados con más servicios no vinculados a los viajes, los aeropuertos están en vías de reemplazar a la ciudad. La situación de estar "en tránsito" se está volviendo universal. En conjunto, los aeropuertos contienen poblaciones de millones de habitantes, además de contar con la plantilla laboral más grande que se conoce. En cuanto a lo completo de sus servicios, son como barrios de la Ciudad Genérica, a veces incluso son su razón de ser (¿su centro?), con la atracción añadida de ser sistemas herméticos de los que no hay escapatoria, salvo para ir a otro aeropuerto.

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La calle ha muerto. Ese descubrimiento ha coincidido con los frenéticos intentos de su resurrección. El arte público está por todas partes: como si dos muertes hiciesen una vida. La peatonalización –pensada para conservar– simplemente canaliza el flujo de los condenados a destruir con sus pies el objeto de su veneración.

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Resulta extraño que quienes tienen menos dinero habiten el artículo más caro (la tierra) y los que pagan habiten lo que es gratis (el aire).

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El envejecimiento en el "espacio basura" es inexistente o catastrófico; a veces, todo un "espacio basura" –unos grandes almacenes, un club nocturno, un apartamento de soltero– se convierte en una pocilga de la noche a la mañana y sin avisar: la potencia eléctrica disminuye imperceptiblemente, las letras se caen de los carteles, los aparatos de aire acondicionado empiezan a gotear, aparecen grietas como de terremotos no registrados; algunos sectores se pudren, ya no son viables, pero permanecen unidos al cuerpo principal por medio de pasajes gangrenosos.

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Una mitad de la población produce un nuevo espacio; la mitad más próspera consume el viejo espacio.

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La mitad de la humanidad contamina para producir y la otra mitad contamina para consumir.

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El sujeto queda despojado de privacidad a cambio del acceso a un nirvana de crédito. Somos cómplices en el rastro de huellas dactilares que dejan nuestras transacciones; lo saben todo de nosotros, excepto quiénes somos.   


[Editorial Gustavo Gili. Traducción de Jorge Sainz]