viernes, mayo 25, 2018

La mujer singular y la ciudad, de Vivian Gornick


Comentábamos aquí, el año pasado, Apegos feroces, el libro de memorias de Vivian Gornick que se ha convertido en un todo un fenómeno en España, tanto en ventas como en críticas. La mujer singular y la ciudad es una especie de continuación de aquel, donde la autora continúa contándonos sus paseos por la ciudad, sus trayectos de un punto a otro, sus conversaciones (en esta ocasión charla más con un amigo que con su madre, aunque también está presente) y lo que va observando y escuchando por las calles y en los transportes públicos: discusiones, retazos de diálogo, encuentros y desencuentros… Así, va captando el alma de la ciudad, recogiendo fragmentos dispersos de vivencias y conversaciones aisladas. No faltan sus observaciones sobre literatura o sobre la historia de Nueva York. Incluso me ha gustado un poco más que el anterior, que también era espléndido. Aquí van unos extractos:

La calle no para de moverse, y es imposible que no te guste el movimiento. Tienes que encontrar la composición del ritmo, escribir la historia a partir del movimiento, comprender y no lamentar que el poder del impulso narrativo sea frágil, aunque infinito. ¿La civilización se está fracturando? ¿La ciudad está enloquecida? ¿El siglo es surrealista? Muévete más deprisa. Encuentra el hilo argumental más rápido.

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Cada día, cuando salgo de casa, me digo: "Voy a subir por el East Side porque es más tranquilo, más limpio y espacioso". Sin embargo, siempre acabo encontrándome en el abarrotado, sucio y errático West Side. En el West Side, la vida parece real. Inteligencia atrapada en dolor. Me recuerda por qué camino. Por qué caminamos todos.

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Liberarse de las heridas de la infancia es una tarea que nunca se acaba, ni siquiera cuando se está al borde de la muerte. Una amiga mía, enferma de cáncer, seguía enzarzada en una lucha de poder con un marido que no había sido capaz de proporcionarle un matrimonio que la compensara por lo que había sufrido a manos de su cruel familia. Aunque su marido siempre había sido leal –y un servicial cuidador durante su larga y terrible enfermedad–, mi amiga nunca se fio de él más de lo que se había fiado de su mujeriego padre. Un día, cuando le quedaban pocas semanas de vida, el marido me pidió que lo sustituyera una noche porque quería visitar a unos amigos que vivían en el campo. A la mañana siguiente, en cuanto me acerqué a la cabecera de su cama, mi amiga me agarró del brazo y dijo con voz ronca:
-Creo que Mike está con otra –me quedé mirándola en silencio–. ¡No lo toleraré! –gritó–. Quiero el divorcio.   


[Sexto Piso. Traducción de Raquel Vicedo]