viernes, abril 06, 2018

Una súplica para Eros, de Siri Hustvedt


12 ensayos, magníficos todos, que abarcan temas muy variados: el comentario sobre algunas narraciones de Henry James y Charles Dickens, Nueva York tras el 11-S, la obsesión con un olvidado actor secundario de los años 20, 30 y 40, la influencia de El gran Gatsby cuando era una adolescente, sus historias de infancia e inmigración, algunas consideraciones sobre el deseo y la sexualidad… Como buena ensayista, la apertura de un tema a veces es sólo una excusa para conducir al lector a otros temas, a otras obsesiones, a otras obras literarias y cinematográficas, de tal manera que combina la exploración compleja de las mismas con los giros y las sorpresas. Siri Hustvedt, una autora a la que apenas había leído, despliega en estos textos una lucidez admirable. Aquí van unos fragmentos:

Interpreto a mi manera las historias que me han contado y las convierto en narración. La narrativa es una cadena de eslabones que yo vinculo entre sí furiosamente, salvando sin vacilar huecos, lagunas y secretos. No obstante, intento recordarme a mí misma que los huecos están ahí. Siempre están ahí, no sólo en las vidas de los demás sino también en la mía propia.

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La fotografía de un lugar no constituye un lugar real, del mismo modo que tampoco lo es un libro, pero ello no impide que habitemos en las fotografías, bien como espectadores o a través de la identificación con alguno de sus personajes. Las palabras son más abstractas que las imágenes, pero éstas nacen inevitablemente de aquéllas. El drama pictórico de la lectura se corresponde con el de la escritura. No se puede tener uno sin el otro. La lectura es algo activo, pero la escritura lo es aún más. Idear ficción equivale a crear un lugar para el lector en el texto, y de ahí surge el eterno dilema al escribir un libro: qué incluir en él y qué dejar fuera.

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Escribir literatura de ficción es como recordar cosas que nunca han pasado. Imita a la memoria sin ser memoria. Las imágenes aparecen como un terreno textual, porque así es como funciona la mente. Yo, científicamente ignorante en lo que se refiere a la memoria y al cerebro, estoy convencida de que los procesos de la memoria y de la invención están conectados entre sí en nuestra mente.

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El feminismo norteamericano siempre ha adolecido de una veta puritana, de una ceguera impuesta frente a la realidad erótica. Hay, en este sentido, un aspecto duro y pragmático. Resulta poco prudente admitir que el placer sexual se presenta en todas las formas y aspectos posibles; que las mujeres, al igual que los hombres, se sienten a menudo excitadas por cosas que en el mejor de los casos se nos antojarían como tonterías y en el peor como algo perverso. Y, dado que la excitación sexual se alimenta siempre de la propia cultura y encuentra sus imágenes y desencadenantes en las fronteras trazadas en una sociedad determinada, nos enfrentamos en general a un tema peliagudo.

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Cuando una cultura oprime a las mujeres –y todas lo hacen, en mayor o menor medida–, no conviene reconocer que existen mujeres a las que les gusta verse sometidas en la cama o que experimentan fantasías acerca de la violación. Las fantasías masoquistas perjudican la causa de la igualdad e, incluso cuando se contemplan como el resultado de una "sociedad enferma", no resulta fácil desenmarañar o explicar en dos palabras la peculiaridad de nuestros actos o fantasías sexuales. El terreno del que brotan está, sencillamente, demasiado enlodado. Pueden controlarse los actos, pero no el deseo. La sexualidad sigue asomando a pesar de nuestras políticas.
El deseo es algo que siempre sucede entre un sujeto y un objeto. Puede haber personas que posean apetitos variables y errantes, pero el deseo debe fijarse en un objeto incluso si dicho objeto es imaginario o narcisista… incluso su el yo ha de convertirse en otro. Entre dos personas reales, lo más difícil es empezar. Como afirma mi marido: "Alguien tiene que dar el primer paso". Y nos hallamos aquí ante un tema delicado. Implica leer los deseos de otra persona. Pero también puede leerse algo equivocadamente.

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Necesitamos pensar en el yo como algo continuo, una historia constante en el tiempo. La mente siempre está buscando similitudes, asociaciones, repeticiones, porque crean significado. Cuando las repeticiones reconocibles se interrumpen, la gente dice: "No es el de siempre" o "No sé qué me ha dado. Hoy no soy yo".

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Empecé a comprender que las ideologías necesariamente empujan y tiran de una realidad hasta que logran encajarla en el sistema. Aunque se digan por una causa noble, las mentiras inevitablemente me hacen retroceder.


[Circe Ediciones. Traducciones de Aurora Echevarría y Gian Castelli]