jueves, abril 19, 2018

Sobre lo azul, de William H. Gass



Así que azul, la palabra y la condición, el color y el acto, se las ingenian para contenerse uno al otro, como si la botella del genio fuese su propio vientre, el hálito de la lámpara, el humo del espectro. Está ese aspecto plomizo. Está el plomo en sí, y todos esos que se llevan el plomo (bluey hunters), ladrones, esos que sustraen el metal de los tejados, y roban también las tuberías. Está la píldora azul que es la punta de la bala, la nariz, la ciruela, el silbador azul, y todos los tonos azulados de la muerte.
¿Es la visión de la muerte, la idea de morir? ¿Qué nos hunde en una melancolía más profunda: la inconclusión sexual o su espástica conclusión? ¿Qué parece envolver nuestra vida con satén? ¿Qué trae el colorete a nuestras mejillas? Soledad, vacuidad, futilidad, pena… cada una es en nosotros una ausencia. No nos duele, pero hemos perdido todo placer, y el labio que nuestro labio encuentra es siempre la otra mitad del nuestro. Nuestro estado es exactamente el nombre de precisamente nada, y nuestros recuerdos, con respetuosas caras largas, vienen a vernos y a decirse los unos a los otros que jamás hemos tenido mejor aspecto; que al fin se nos ve en paz; que nuestra muerte fue –bueno– triste –tranquila– sin dura era lo mejor (todo esto con un susurro no sea que la muerte tenga oídos). Decepción, pérdida constante, desesperación, un sabor, una suave cualidad del aire, un color, un pálpito: permanentes en su tránsito. No estábamos en condiciones. Se nos escapó. No pudimos retenerla. Nunca volverá. El pesar que quiebra el júbilo continúa su martilleo. O sea que es cierto: Ser sin Ser es azul.

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El azul es por tanto el color más apropiado para la vida interior. Ya sea ligero agudo intenso escurridizo parco agrio raudo nuevo y fresco o dulce hondo oscuro sofocante suave lento terso grave viejo y tibio: el azul se mueve con facilidad por entre todos ellos, y todos modifican profundamente los estados de nuestros sentimientos.

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El azul en que nos sumimos es el azul que respiramos. Y el azul que respiramos, me temo, es eso que queremos de la vida y hallamos solo en la ficción. Para el voyeur, la ficción es lo que llamamos ir hasta el final.   


[La Navaja Suiza. Traducción de Ce Santiago]