viernes, abril 13, 2018

Entre ellos, de Richard Ford


Entre ellos agrupa los textos "Su muerte. El recuerdo de mi padre" (inédito hasta ahora) y "Mi madre, in memoriam" (ya publicado por Anagrama, pero ahora con una nueva traducción a cargo de Jesús Zulaika), además de un epílogo de extensión media en el que Richard Ford explica que median 30 años entre la escritura de ambos textos. Incorpora unas cuantas imágenes de él y de su familia y el resultado es maravilloso. La nota del inicio y varios extractos de los 3 textos:

Al escribir estas dos "memorias" –con treinta años de diferencia entre una y otra– he permitido que siga habiendo algunas faltas de concordancia entre ambas, y me he permitido a mí mismo cierta indulgencia al contar de nuevo algunos hechos. Estas dos decisiones, espero, recordarán al lector que fui un chico criado por dos personas muy diferentes, cada una de las cuales tenía una perspectiva propia que inculcó en mí, procuraba actuar de acuerdo con la otra y poseía una de las dos miradas a través de las cuales yo trataba de ver el mundo circundante. Educar a un hijo para que sobreviva hasta la edad adulta podrá parecerles a los padres a veces poco más que un ejercicio tenaz de repetición, y a menudo un vano aunque amoroso esfuerzo de coherencia. En cualquier caso, sin embargo, adentrarse en el pasado es un asunto delicado, ya que el pasado se afana pero siempre fracasa a medias en hacernos quienes somos.

**

En Kansas City, sus jefes tuvieron en cuenta su situación y aliviaron sus tareas; dividieron su demarcación en dos y asignaron una de las partes de Dee Walker. Mi madre lo cuidaba con el mayor mimo posible. Y sin embargo mi padre tal vez se sentía atrapado: atrapado en un cuerpo defectuoso, atrapado en un trabajo que ahora le resultaba estresante por mucho que antes le hubiera apasionado, atrapado en su coche y en todos aquellos cafés y aquellas habitaciones de hotel minúsculas, atrapado en su calidad de padre de un hijo a quien solo veía los fines de semana, cuando llegaba exhausto y necesitado de calma y consuelo y sueño. Quizá se sentía también muy lejos de su único amor, cuyo cariño y tiempo ahora debía compartir conmigo. Y era muy posible asimismo que simplemente se sintiera mal físicamente y tuviera miedo.

**

En 1973 mi madre descubrió que tenía cáncer de mama. Uno se siente tentado de decir que tal circunstancia aciaga se produce inevitablemente tras cierta sucesión de cosas por las que ella y la gente como ella, personas de su formación y edad, sesenta y tres años, han tenido que pasar: primero un tiempo en el que es consciente de que algo irregular tiene lugar dentro de uno de sus pechos, algo de lo que no quiere hablar con nadie y para lo que no busca consejo médico; luego sigue una etapa de preocupación, de creciente conciencia y de espera, que puede fácilmente demorarse un año; a continuación una mención casual a una amiga en quien confía (que en este caso, imperdonablemente, no hace). Y por último la afligida confesión a Kristina, con instrucciones de que no dijera nada a nadie (a mí). Kristina me lo cuenta, por supuesto, y acto seguido llevamos a mi madre al médico, que le prescribe unos análisis pero que, dado que ha pasado ya un año, no se muestra muy optimista.

**

La alegría de sobrevivir la empañaba la certeza aprensiva de que sobrevivir es imposible. Y nadie puede perder a uno de sus padres sin pasarse el resto de su vida esperando que el otro se muera o se empiece a morir. Durante aquellos días y breves años, leía la muerte de mi madre en casi todas las cosas de su vida. Buscaba la enfermedad. Escuchaba sus quejas con escrupulosa atención. En mi horror ante el hecho de su muerte, la vivía por anticipado oscuramente, me aplicaba ese tratamiento preventivo para no venirme abajo por completo cuando llegara el momento.

**

Mi creencia en la falta de trascendencia última de la vida vivida siempre me lleva a pensamientos de mis padres. En momentos difíciles, mucho tiempo después de su muerte, experimento a menudo la más pura de las nostalgias de ellos, de su realidad. Así, escribir sobre ellos, no apartar la vista de ellos, no es solo un medio de remediar mi nostalgia al imaginarlos cerca, sino también es señalar esa realidad que –una vez más– es donde comienza mi comprensión de lo importante.


[Anagrama. Traducción de Jesús Zulaika]